TYta lo advertía Carlos Solchaga, en política no se está sólo para que la gente te quiera, sino para que respeten lo que haces. Viene este aserto a colación de los precipitados juicios que se vierten sobre la actuación tanto orgánica como institucional, ya sea de responsables políticos y/o públicos, como de simples militantes de base. Desde el que hace el papel de hombre bueno y escucha, hasta aquél que se lanza a la arena con su propuesta amagando no echarse atrás sople el viento por donde quiera.

Debe sorprendernos el hecho de no asumir que las decisiones que se toman, puedan suponer quebrantos en las relaciones personales. Vaivenes ridículos en los comportamientos humanos, prestos a la adulación como al desprecio. Líneas que no saben separar la acción política de la cotidianeidad. El trabajo de la amistad. La diversión de la pasión. El ocio de la obligación.

Acciones que sobrepasan el ámbito de la masiva popularidad para adentrarse en el terreno de la irreconocida responsabilidad. Caminos que dirijan tus pasos lejos del escepticismo y de la enconada dualidad (que no pluralidad), de lo bueno y lo malo. Sin matices. De lo trascendente. De la solución definitiva y, por consiguiente, única.

Intermedios que no aparecen. Bloques que aglutinan y en lugar de ponderar, enfrentan. Diásporas que no escuchan la llamada. Crisis, ¿que crisis? Es la democracia. Tras las contiendas, la anhelada normalidad. El riguroso trabajo de cada uno hasta el próximo ciclo.

*Doctor en Historia