TPtronto se pondrá en marcha el anunciado debate sobre la educación en Extremadura y, parece prudente, avanzar algunas consideraciones previas. Cierto es que la escuela, como concepto primigenio de iniciación a la vida adulta, como elemento de aprendizaje o como transmisor de los valores de convivencia, no puede ser donde volquemos nuestros problemas, frustraciones o incluso se vea transformada en simple canalizadora del desvío de la atención de otras cuestiones. Siguiendo la reciente teoría pronunciada por Pepe Blanco acerca de la injuria defensiva , no debemos echar la culpa a los demás de los errores propios. Así, se precisa como punto de partida, sosiego. Tranquilidad. Diálogo. Sí, talante, como decimos ahora. No caigamos en culpabilizar a todos de no tener los deberes hechos. Eso significa que nadie asume la responsabilidad. Y la tenemos. Escucho con frecuencia defender posturas que pretenden focalizar la raíz de buena parte de los problemas al presunto escaso esfuerzo de los alumnos. A la permisividad del sistema hacia el ocio en detrimento del trabajo. Sin embargo nadie quiere hacer alusión a que la denominada cultura del esfuerzo debería incluir a todos, no sólo a los alumnos. Posiblemente a muchos docentes extremadamente reivindicativos con el supuesto papel pasivo del alumnado y menos volcados en la continua renovación de sus métodos pedagógicos. Seguramente a muchos padres preocupados mayoritariamente en analizar el rendimiento cuantitativo de sus hijos (es decir, más interesados en averiguar si el chico saca buenas notas a si progresa en el conocimiento). O por último a las diferentes administraciones que deben velar no solamente por el cumplimiento de una buena estadística sino a su vez por evaluar aspectos relacionados con la calidad. Para todos.

Es por ello que la educación que se imparte en nuestros centros no debe servir de excusa para plasmar el permanente discurso doliente que históricamente ha venido asociado a Extremadura. Si bien es real la asunción de determinados déficits, no lo es menos la comprensión de evidentes sustanciales mejoras. Y sin necesidad de retrotraernos comparativamente varias décadas ni a latitudes muy lejanas. Huyamos, pues, de discursos catastrofistas. Construyamos un futuro aún mejor del que tenemos. Reconozcamos que hay cosas por solventar. Trabajemos con un objetivo global: la elevación del rendimiento escolar para todos. No caigamos en la trampa de excluirnos del debate argumentando que la culpa es del sistema, de los otros sin reconocer que posiblemente algo podamos hacer cada uno de los implicados por avanzar.

*Doctor en Historia