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tribuna

Imposible consenso

El Rey debe asumir el papel de mediador cuando la situación lo requiera. Tender puentes entre estas dos orillas irreconciliables en las que se ha convertido la escena política. Aunque los buenos propósitos sean insuficientes como para erradicar un antagonismo sustentado en razones estratégicas, más que en una verdadera controversia ideológica o económica.

Al PP la crisis le ha servido de catapulta. Su recuperación en las encuestas, más que a los propios aciertos, se debe a una política de desgaste y de numantina resistencia. Por eso es improbable que tale así sin más el árbol a cuya sombra medran sus expectativas y que mejor sirve a sus propósitos, a pesar de que se trate de un árbol nefasto para los intereses generales. El liderazgo de Rajoy se sustenta, en buena medida, sobre algo tan volátil, subliminal y quebradizo como la evolución de esta crisis.

Paralelamente, abrazarse al pacto de Estado significaría para el Gobierno reconocer que es incapaz de manejar, por sí solo, esta situación; renunciar a la iniciativa que le han otorgado las urnas y al derecho que le asiste a ejercer el pluralismo como mejor le convenga. Porque negociar significa tener que conjugar el verbo ceder, una disciplina a la que están desacostumbrados quienes ostentan el poder, ya que les obliga a abdicar de algunos de los postulados para los que fueron elegidos.

Con el pacto, no se pretende un matrimonio que dure toda la vida, sino el hacer posible algunos encuentros puntuales sobre determinados aspectos económicos. Algo que favorezca la responsabilidad compartida y que evite que, ninguna iniciativa por impopular que sea, se quede atascada entre los filtros del sistema, simplemente porque se utilice con fines espurios, o se malicie con ella la escasa tendencia a la austeridad que aún nos queda.

Los pactos gozan de un romanticismo retrospectivo muy del agrado de la opinión pública, algo que en circunstancias normales hubiera tenido un perfecto encaje en el entramado político, emulando con ello el espíritu de la Transición o el pragmatismo demostrado por Obama, Sarkozy o Angela Merkel . Pero más allá de la gobernabilidad o de la salida de esta crisis, lo que ahora se dirime es la conquista de ese espacio de seducción y de complicidad, sobre el que pivota cualquier intento de cambio político.

Ocurre sin embargo que se ha puesto demasiado énfasis en el pacto, como si de él dependiera cualquier proceso de regeneración, cuando lo prioritario es terminar con esta indolencia escapista que se resiste a encarar la realidad con toda su crudeza. Porque si hay algo aún peor que el no llegar a un acuerdo de mínimos, es ese derroche de ingenio malgastado en culpabilizar al contrario de su desinterés por el consenso.

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