Liderazgo político claro y resuelto" era lo que pedía el informe Proyecto Europa 2030 , encargado a un grupo de sabios, encabezado por Felipe González . Los autores del informe entendían que la crisis actual era el resultado de una despolitización de la política, promovida por el neoliberalismo reinante, que había contaminado a todo el mundo. Se imponía entonces una vuelta de la política porque en democracia no hay de momento ningún principio legitimador del poder superior a la voluntad ciudadana.

Una ley democrática puede imponer reglas de juego al mercado, regular la circulación del capital y sancionar a los paraísos fiscales.

El susodicho informe aborda con valentía asuntos cruciales para el futuro inmediato tales como la energía, la emigración, la demografía o las pensiones. Pero se echa de menos una reflexión básica sobre el origen de la Unión Europea que es, sin embargo, decisiva para su futuro. Europa no nació de los amores del rey fenicio Aganor y de una mujer de Tiro llamada Telefasa, sino en campos de muerte que primero fueron nazis y luego soviéticos. Campos como Buchenwald, en suelo alemán, o Auschwitz, en Polonia, son epicentro del horror totalitario que produjo Europa y acabó destruyéndola.

XLA REPUBLICAx Federal de Alemania aprendió muy bien la lección, convirtiéndose en el motor de Europa. Revisó, en efecto, en clave democrática sus tradiciones políticas, tanto las nacionalistas como las marxistas. Fruto de ello es, por un lado, la persecución legal y social de cualquier manifestación del hitlerismo y, por otro, la reconciliación del socialismo con la democracia a partir del congreso de Bad Godesbeg. El nuevo Estado entendió finalmente que tenía que ser el principal contribuyente neto de la Europa unida, es decir, su soporte económico más firme.

Los grandes políticos alemanes de la segunda mitad del siglo XX lo han tenido siempre muy claro. Es ahora cuando están cambiando. Jürgen Habermas , que sigue siendo el intelectual alemán más prestigioso, denunciaba, en un artículo publicado en Die Zeit , a Angela Merkel , "empedernida defensora de los intereses nacionales del Estado económicamente más poderoso de la UE", por nacionalista. Alemania ha cambiado porque ha pesado en su cancillera más el populismo de la prensa amarilla, capitaneada por el temible Bild Zeitung , que la responsabilidad histórica de los políticos alemanes. El cambio de la cancillera es ya de por sí significativo y lo es más si corresponde al modo de ser de las nuevas generaciones que han olvidado lo costoso que fue para Alemania, tras el Holocausto judío, volver al círculo de las naciones civilizadas.

Que Alemania se enfurezca por las trapacerías griegas y el derroche de los vividores españoles tiene un punto de razón que pierde, sin embargo, cuando lo que asoma tras esas crítica es el viejo nacionalismo que añora el marco y coquetea con el destino alemán. Preocupa el nacionalismo alemán a intelectuales democráticos, como Habermas , porque Alemania cuando ha sido nacionalista no ha sido democrática y cuando ha sido democrática no ha sido nacionalista. Nacionalismos hay de muchos colores, pero un alemán culto sabe que fue amasado en el horno del romanticismo contrarrevolucionario. Sabe bien que si hay nacionalismos que casan con democracia no es por lo que tienen de nacionalismo, sino por la presencia de tradiciones liberales en esas organizaciones.

Si suena en Alemania la señal de alarma por estos brotes nacionalistas es porque llueve sobre mojado. Mucho antes de que llegara el romanticismo con su rebaja ilustrada, pregonando la sustitución de la apertura al mundo (Weltgeist ) por el ensimismamiento localista (Volksgeist ), Alemania fue un territorio dominado por una cultura fraterna y universal. La patria de un Lesssing que decía, en Natán el Sabio , que antes que judíos, moros o cristianos, somos hombres porque pesa más la pertenencia a una humanidad común que todas las diferencias de lengua, raza o religión. La patria también de Goethe que entendía la política como amistad, y de un Schiller , el del himno A la alegría , que gritaba jubiloso "abrazaos, ¡oh! millones" y que saludaba con gozo "este beso de la humanidad...". Pues bien, aquella cultura política de amplios vuelos quedó truncada tan pronto como asomó el nacionalismo.

Que sean alemanes los que denuncien el peligro debería bastar para entender que el peligro nacionalista no es retórico. Sabemos que la historia no se repite nunca de la misma manera y que la bancarrota de 1929 no es la que tenemos delante. Ahora bien, si queremos aprender algo del pasado no deberíamos pensar solo en el pánico de los ciudadanos que se agolpan a las puertas del banco para retirar sus ahorros, sino también en el horror de los campos, impensable sin el crash bursátil del 29. Por eso es tan oportuna la invitación de los supervivientes a visitar los campos para relanzar Europa. Eso es también hacer política aunque no hablen de ello los del G-20 en Toronto.

*Filósofo e investigador del CSIC.