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la curiosa impertinente

Ya son cincuenta

Horror a manos llenas era ser hombre para Blas de Otero . Pero es más horror ser mujer hoy en España. Ya son cincuenta. Siete más que el año pasado por estas fechas. Rocío ya no cumplirá los treinta y uno. José Angel era conflictivo y se sabía. No había denuncias previas, pero se sabía. Falló todo como siempre. Según la costumbre pero peor, porque cada vez que muere una mujer a manos de su hombre, su amor, la herida de nuestra vergüenza se hace más sangrienta y crece la impotencia, el dolor y la conciencia de la inutilidad de las palabras y la inutilidad de las leyes. Inagotable crecida de sangre que no cesa. Nuevo crimen en este septiembre otoñal, frío y siniestro, especialmente horrible, incomprensible como todos. Después de degollarla se subió a un poste de la luz, dejó que la electricidad lo achicharrara y cayó de su particular infierno al de todos. De nuevo preguntó sin compasión por qué no se mató antes de matarla y le aborrezco aún más que por su barbarie por despertar en mí lo peor que hay en mí. Ese fruto podrido de la violencia y la maldad. Su contagio. Buscar venganza y no justicia. Si él hubiera preferido morir a matar, el mundo hubiera perdido un monstruo o un perturbado y una mártir, Rocío habría salvado su futuro y la vida y yo no estaría escribiendo este inútil artículo. Porque desgraciadamente esta nueva protagonista de la misma infame historia de siempre ni es la última ni la peor tratada. Conoceremos otras salvajadas, lloraremos otras muertas y nos horrorizaremos con asesinatos aún más bestias, odiando de nuevo a esos animales que andan sueltos sin que sepamos a ciencia cierta cómo es posible que la epidemia se extienda ni por qué falla todo: la educación, la prevención, la vigilancia, las leyes. Un nuevo fracaso que no será el último. Bibiana Aído no inventó el mapa del clítoris, ni es una muñequita de Zapatero , ni la "señora papá soy ministra" que ridiculiza con machismo prepotente el olvidable panfleto alemán, pero hoy por hoy es una ministra fracasada. Y su fracaso es también el nuestro.

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