TEtl pasado 20 de enero María Esther Jiménez se acercó a una pizzería para preparar su fiesta de cumpleaños. Los 14 que iba a cumplir merecían una reunión con sus amigos. En general, a partir de la adolescencia, todos los cumpleaños, los 14, los 15, los 16, tienen algo especial, una especie de escalón que le aúpa a una normalidad a la que aspira llegar cuanto antes, aunque luego lamentemos lo deprisa que se llega.

Pero María Esther Jiménez no pudo cumplir los 14 años, ni reunirse con sus amigos, porque el mismo día en que estaba organizando su ilusionada fiesta, un chico menor, presuntamente, le golpeó el rostro con una piedra del tamaño de un melón hasta dejarla muerta. Recuerdo el cumpleaños de mi hija a los 14 y a los 15, a pesar de que ya me ha hecho abuelo, y me estremece pensar en esos padres que no podrán asistir al crecimiento de su hija, y ya nunca le tendrán que decir que no llegue tarde a casa.

Me empiezan a espantar estos menores que asesinan como matones experimentados, que le quitan la vida a una chica como si fuera una cucaracha, y que son capaces de vivir y asumir la tragedia que han creado, incluso hablar con la familia de quien ya solo es un cadáver. Me da miedo la escasa caridad que albergo en mi interior, y de lo poco que ha valido mi educación y mis estudios, cuando me entero de una de estas noticias, y me anega un ahogo de sed de venganza, una sospecha de que la ley del menor que se hiciera para proteger a los menores puede terminar por aportar beneficios a los verdugos que de menores sólo tienen el trasnochado calendario. Me espanta mi falta de raciocinio y de caridad, y el salvajismo que entreveo, y que conocer la Historia sólo me conduce a ser condescendiente y comprensivo con el código de Hammurabi, ojo por ojo y diente por diente.

¿Qué ha ocurrido para que los menores se pongan a matar a chicas de 13 o 17 años? ¿Y quién son estos mocosos de luto y chulos escondidos, que impiden a una chica cumplir los catorce años y matar sus sueños y su cuerpo? Y me pregunto, y no encuentro ni un adarme de piedad.