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soliloquios

Cambalache

En 1934, Enrique Santos Discépolo compuso una de las canciones más desgarradoras que se han escrito: Cambalache . Curiosamente es un tango cuya música está cargada de notas positivistas, un ritmo alegre, bailable, pegadizo, justo para ser entonado en cualquier sarao, incluso tras una hazaña triunfal. Sin embargo su letra --desde su comienzo-- (Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé...), hasta su final (Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley...) es una letanía descriptiva de este mundo deformado que los humanos vamos moldeando al compás de nuestras imperfecciones. No hay canción más sarcástica que Cambalache , con esa música tan animosa para ese mensaje tan quejumbroso y desilusionado. Se diría que su compositor intentaba zaherir la conciencia de quien la escuchaba aplicando mucha anestesia. Escrita en el siglo XX y para el siglo XX y sin embargo, qué bien encaja en el reciente siglo XXI, como si los años se sucedieran cambiando de pelo, pero no de mañas.

Si en 1934, pocos años pasada la crisis económica del 29, el mundo era una porquería, hoy, sumergidos en una crisis a la que la historia todavía no ha ubicado en un año determinado, porque ni siquiera sabemos si hemos llegado a tocar fondo, ni cuántos fondos habrá, el mundo es un cambalache, dígase trueque trapichero en el que se cambia lo malo por lo peor, y lo peor por lo nefasto. Uno, que es un mortal defectuoso como el que más, siente decir que cada vez se asombra menos cuando percibe que "vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos-". Y precisamente ese es el peor de los males: nos acostumbramos con demasiada facilidad a saber que el mundo es ese cambalache del que habló Enrique Santos Discépolo, y también a vivir en él. Y lo malo es que no tenemos otro.

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