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Arrogancia vaticana

A los irlandeses les parece muy triste que el entonces cardenal Ratzinger, ahora Papa, ocultara los abusos.

La semana pasada el Vaticano retiró su embajador en Irlanda. La cosa es seria. El motivo gravísimo. Resulta que los diputados irlandeses, por unanimidad, lamentaron que la Iglesia Católica tuviera más preocupación por su propia imagen que por la suerte de cientos de niños que han sufrido abusos sexuales a manos de clérigos.

Unos clérigos que cobraban ayudas del gobierno irlandés para regentar hospicios donde debían haber prodigado atención y cariño a los niños sin familia. En su lugar hicieron de ellos presa de sus caprichos sexuales.

Y se sabe que no fueron casos aislados. Desde el fiscal de Massachusetts hasta el primer ministro de Irlanda hay un reguero larguísimo de denuncias. Son decenas de miles de niños los que han sufrido abusos. En un solo caso documentado 200 niños de una escuela para sordomudos de Milwaukee protestaron al obispo por los abusos que sufrieron. Su protesta no fue escuchada. Algo parecido sucedió con los alumnos de otra escuela para niños sordos en Verona.

A los irlandeses les parece muy triste que el cardenal Ratzinger , ahora Papa, mostrara una intensa preocupación por ocultar los abusos, para proteger la imagen de la iglesia. El sufrimiento de las criaturas, era secundario. De otro modo no se explica que casi todos los sacerdotes pedófilos fueron trasladados a otros destinos, también cerca de niños, pero no fueron expulsados ni denunciados ante los tribunales penales.

Y ahora, cuando un país que ha sido bastión fidelísimo de la Iglesia Católica muestra sus quejas, el Vaticano se indigna y retira a su Nuncio. Mejor hubiera sido que lo expulsaran, antes de que se fuera, tal como pidieron algunos diputados de la católica Irlanda.

La Iglesia Católica profesa una rígida represión de la sexualidad, creando con ello trastornos innecesarios a millones de personas, y haciendo de sus propios miembros ovejas descarriadas. Ha habido muchísimas denuncias sobre violación de monjas por parte de sacerdotes, sobre todo en Africa, India y Filipinas. También el Vaticano lo silencia.

Nada nuevo. Hace quinientos años se dictó en Castilla una norma para reprimir la conducta de los nobles que iban en masa a fornicar con las novicias de los conventos, con el beneplácito de las madres superioras. Aquella norma, que cita el profesor Jesús Lalinde en su monumental ´Historia del Derecho Español´, decía que esa era una "costumbre muy fea" (mos pésima). Algunos conventos de la Edad Media podrían pasar por prostíbulos, y así lo acreditan los cientos de fetos que se encuentran en sus sótanos.

Es comprensible la debilidad de la carne. Puede entenderse que algunas monjitas toleren, por veneración, los abusos de los obispos. Pero es insufrible que la jerarquía vaticana no se muestre inmisericorde con los sacerdotes violadores. El sufrimiento de las criaturas haría conmoverse a Dios Padre, si existiera.

Cómo no citar las palabras del Nazareno : "Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y le arrojasen al fondo del mar" (Mateo 18,6). Es evidente que el Papa y su cohorte vaticana no creen en las palabras de Jesús . Por eso actúan como lo hacen.

Mi padre era creyente hasta la médula. De niño me llevó a estudiar con jesuitas y dominicos. Entre unos y otros me hicieron un perfecto ateo, como le pasó a Buñuel . Cuando dialogaba con mi padre sobre los abusos y egoísmo de los curas, esta era su explicación: "Fíjate hijo mío si es grande la Iglesia de Cristo, que ni siquiera los curas y los obispos pueden acabar con ella".

Pero a este paso lo van a conseguir. Hay un abismo insuperable entre las enseñanzas evangélicas y el comportamiento de la Iglesia. Siempre ha debido ser así porque hace dos mil años Jesús la emprendió a latigazos con los mercaderes que ocupaban el Templo. Entonces dijo "Habéis convertido mi templo en guarida de ladrones". Cuando yo tenía doce años los jesuitas derribaron un templo hermoso construido tan solo tres años antes para vender el terreno a Ibercaja, que elevó allí su sede central. No cabe mayor paralelismo.

Por supuesto que hay en las filas de la iglesia gente honesta, solidaria y entregada. Pero la cúpula ofrece un espectáculo desolador, en flagrante contradicción con el espíritu del Evangelio. Nada nuevo. También eso lo había previsto el maestro de Nazaret cuando recomendó no buscar los mejores puestos en los banquetes, ni adornarse con grandes túnicas, o hacer las cosas solo por aparentar. Lo anunció bien claro: "Cumplid y guardad lo que os digan, pero no imitéis sus obras, porque hablan mucho y no hacen nada" (Mateo 23,2).

Eso lo saben bien los irlandeses, que han hecho del catolicismo su seña de identidad y sufren el dolor de sentirse traicionados por una Iglesia a la que siempre se han entregado con fidelidad extrema. Claro que muchos de ellos encuentran refugio en algunos párrocos sencillos que no comulgan con la arrogancia del Vaticano.

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