Un estudio de investigación auspiciado por el Ayuntamiento de Malpartida de Cáceres concluye que una cigüeña tarda un par de horas en recorrer la distancia desde Cáceres a Mérida. Magnífico dato para hacernos una idea de lo que significa volar, surcando los cielos extremeños como quien disfruta de un privilegio inalcanzable para el ser humano.

Siempre me apasionaron las cigüeñas hasta el punto de que guardan sorpresas. La otra noche, viendo el campanario de San Juan, advertí, entre el silencio y el frío invernal de estos días, a un ejemplar, impertérrito ante la que estaba cayendo. Esbelta, firme y hierática, aquella cigüeña me demostró cuánto se puede ser de fuerte ante la adversidad del clima, con la única defensa de un bello plumaje como abrigo y un nido como casa. Pero allí, capeando el temporal, estaba ella: quién sabe si divisando un paisaje nocturno impensable desde las alturas o, sencillamente, aguantando la lluvia que se le venía encima. Y así fue como advertí que se mantenía en la misma posición, daba igual que el viento soplara más o menos fuerte. Ella no había cambiado de rumbo. Tenía claro que había que permanecer ahí, a pesar de todo. Su actitud me pareció una paradoja de estos tiempos. Aguantando el temporal, sin más protección que ella misma.

Al despertar al día siguiente, mientras amanecía, la vi de nuevo. Allí seguía. Apenas había variado su situación. Quieta, erguida y mirando al frente. Había superado una madrugada más de frío, quién sabe si sufriendo o, simplemente, venciendo a la adversidad. Pero allí estaba la cigüeña, dispuesta a ganarse el cielo un día más.