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Editorial

Pacto en el Primero de Mayo

Como se esperaba, las manifestaciones del Primero de Mayo en España fueron ayer notablemente más concurridas que las de años anteriores, reflejo del aumento del malestar social por una crisis que está diezmando el empleo y está empobreciendo a amplísimos sectores de la población. Aun con la habitual disparidad de cifras, en las marchas participaron decenas de miles de personas, y ni ellas ni las que no se manifestaron pero comparten la inquietud por la deriva económica --es decir, la inmensa mayoría de los españoles-- merecen el cinismo con que el portavoz adjunto del PP en el Congreso, Rafael Hernando, se refirió al hecho de que la crisis no haya implicado más conflictividad en la calle. No es, como asegura, porque la gente sepa que el Gobierno "está haciendo las cosas que se tenían que hacer", sino porque el desánimo y el escepticismo han calado gravemente en buena parte del cuerpo social.

El mensaje principal que los dirigentes sindicales transmitieron en la jornada de ayer es que es preciso un gran pacto social para la generación de empleo. ¿Un pacto entre quiénes? Principalmente entre las centrales y la patronal, que son los directamente implicados. Pero un acuerdo de esta naturaleza, para ser plenamente eficaz, debería tener respaldo político y traducirse en una norma legal. La gravedad de la situación ha llevado a muchos a recordar la gran utilidad que tuvieron los pactos de la Moncloa, suscritos en 1977 --tras las primeras elecciones democráticas y antes de la Constitución-- por los principales partidos, los sindicatos y los empresarios.

Hoy, ni la apelación del Gobierno a que se le ayude de forma casi incondicional se asemeja a la generosidad que tuvo Adolfo Suárez, ni las grandes expectativas de cambio real que abrieron aquellos acuerdos parecen poder repetirse. Y, sin embargo, la salida del túnel precisa del esfuerzo y el concurso de todos, porque la emergencia es de tal magnitud que cada día que pasa es mayor el riesgo que implica la inacción. Se ha dicho ya, pero hay que repetirlo: la crisis, y el profundo daño que inflige a la cohesión social, y el desprestigio de la política son el caldo de cultivo ideal para los populismos de la peor especie. Quienes tienen influencia y lucidez suficientes deben ponerlas con urgencia al servicio de una iniciativa que evite un desastre.

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