Primero fueron los gestos: la sencillez, la proximidad, la renuncia a los símbolos de un Papa-rey. Después, cuestiones doctrinales: la Iglesia pobre, el énfasis en la misericordia y no en el castigo, la conciencia subjetiva. Que con el papa Francisco llegaban aires nuevos a la Iglesia estaba claro. Lo último no es un aire. Es un vendaval, porque afecta a lo más profundo y enrocado de su estructura organizativa, a una curia que el mismo Pontífice calificó de "lepra del papado" --aunque luego matizase que tal definición no era extensiva a todos sus miembros-- y de la que destacó como "defecto" el hecho de ser "vaticanocéntrica".

Francisco, que ha heredado una curia envuelta en los escándalos que marcaron el papado de Benedicto XVI , quiere acabar con el centralismo y la opacidad del gobierno de la Iglesia, y quiere hacerlo no con retoques o reformas. Quiere una nueva Constitución. La curia que imagina Francisco, secundado por el llamado G-8, el consejo asesor que ha creado con ocho cardenales de su confianza, es un gobierno al servicio de la Iglesia universal, pero también de las iglesias locales, respetando para ello el principio de subsidiariedad, opuesto al del centralismo.

En las últimas semanas, Francisco ya ha empezado a hacer cambios relegando o resituando a los cargos más conservadores (el mandato del cardenal Antonio Cañizares , prefecto de la Congregación para el Culto Divino, conocido como el pequeño Ratzinger, puede estar llegando a su fin). El día 15 Pietro Parolin asumirá el puesto de secretario de Estado.

La elaboración de la nueva Constitución requerirá su tiempo, pese a que ahora todo va muy rápido en el Vaticano, pero lo que sí aparece con nitidez es la línea del Papa de apertura a la cultura moderna y al mundo laico. Una línea que enlaza con Pablo VI y el concilio Vaticano II, se desmarca de Juan Pablo II y Benedicto XVI y recupera la Iglesia horizontal teorizada por el Papa que no fue, el cardenal Carlo Maria Martini .

Francisco quiso que su primer viaje papal, en julio, fuera a la isla de Lampedusa, donde denunció la "indiferencia global" sobre la inmigración. Ayer, el naufragio de una patera con más de cien muertos cerca de la isla hace que resuene con fuerza la voz de un Papa que quiere estar en el mundo y con los desheredados.