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Cataluña en su laberinto

TAtrtur Mas ya puede respirar tranquilo: ha conseguido dividir a la sociedad catalana en dos mitades irremediablemente enfrentadas. Se obsesionó en pasar a la Historia como el jefe de una nueva nación y lo que ha conseguido es gangrenar el problema identitario de una comunidad encerrada --ahora más que nunca-- en su laberinto.

Los resultados de las elecciones del domingo constatan que en Cataluña no ha ganado ninguna de las dos partes; quien ha ganado es el conflicto, un conflicto en vías de hacerse eterno. Los políticos que pretenden el poder tratan de vendernos la farmacopea del diálogo como solución a todos los males. Hablar, ay, es la solución para quienes no tienen ninguna solución. Lo cierto es que a estas alturas no se debaten unos simples presupuestos (no solo), sino la independencia. Independizarse o morir es la consigna. Blanco o negro. Con España o contra ella. Con estas propuestas tan maximalistas de nada sirve hablar o, como hace Miquel Iceta , bailar el charlestón. El independentismo no ha logrado la mayoría absoluta, pero eso no va a frenar la pulsión por la soberanía. Cataluña no tiene remedio a largo plazo: uno de cada dos catalanes tiene asegurada la insatisfacción.

Mas sabía desde el principio que el voto independentista era popular, pero en ningún caso abrumadoramente mayoritario. Sabía que el conflicto era inevitable. Sabía que si alcanzaban la independencia, la economía se resentiría; sabía que Cataluña dejaría de pertenecer a Europa. Mas sabía... Pero todo esto son menudencias comparado con el premio de verse retratado en los libros de Historia como el padre de una nueva nación.

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