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En la otra esquina

Vacíos

No habría hecho falta que se lo dijera de aquella manera. Demasiada contundencia, quizá; excesiva sinceridad, pensó, mientras le decía adiós para cerrar una historia que ya les quemaba entre las manos. Así fue como la verdad se convirtió en castigo, como si el ejercicio de callarse fuera una lápida a esas vidas tantas veces poco cuidadas que habían transformado en guerra. No me pregunten por los nombres ni los lugares, ni siquiera por los olores que hicieron de aquel momento otro infierno más. Viene esta historia a cuento de las canciones que un día les hicieron felices, de los paseos lindos por la orilla, de lo mucho que les quedaba por vivir y disfrutar mirando al mar.

Como si el tiempo se hubiera parado desde entonces y la vida fuera eso, solo vida que gastar, minutos que agotar tras el desánimo de la ruptura y la sensación inerte de que hay locuras sin nombre, sin cura. Como la que construyeron durante tantos años con la fe en sus cuerpos arrasados por los malos vientos. A veces miro a lo lejos y no veo el final. Me tranquiliza saber que esta mañana usted me volverá a leer y que las palabras que les cuento no tienen más historia que este papel, mojado hasta la tinta, preciso hasta el final. No hace falta que les diga que, mientras todo esto pase, todo quedará. Que nos ha llegado la hora de correr. La vida va que vuela y hemos venido a atraparla. Y habremos perdido más minutos si no nos damos cuenta de que ahora ya no vuelve, que romper no es bueno si no es para crecer. Me pregunto entonces si nos les faltará otra vida por hacer, si la verdadera razón de estos pensamientos no son más que el miedo a perder. La otra mañana leí aquella historia en titulares: "Los padres de dos niños pequeños deciden darse una oportunidad para vivir". Cómo decirles que yo estaba equivocado y que, una vez más, había que mirar hacia fuera para ganarse por dentro.

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