Vocablo desdibujado por la moda política, reacia a exaltar los mimbres y raíces que nos sustentan, pues han sido casi olvidadas las bellas palabras de patria y España, que antes eran sacralizadas. Mucho se ha escrito sobre la patria, a la que el hombre siempre guardará en su corazón, así como a la madre que le parió. Abundaron los ditirambos sobre ella, desde el dulce "et decorum est pro patria mori", pasando por Platón , que afirmaba que no hemos nacido para nosotros sino para nuestra tierra, y por Cicerón , que nos recomienda entregarle las más nobles facultades.

Cada país tuvo sus adalides de la patria, mientras otros la lloraban con amargura, como Quevedo , en su elegía: Miré los muros de la patria mía/, si un tiempo fuerte ya desmoronados... O como el alcalde de Móstoles, que, con su bando galvanizó al pueblo de Madrid, tras su grito: ¡La patria está en peligro! Ante el ejército invasor, francés, y que la poderosa zarpa de Goya sublimó en sus lienzos, Los desastres de la guerra . El pueblo mitificó a la patria, daba su vida por ella y la honró con himnos hermosos. Una pléyade de poetas le escribieron sus mejores versos, en especial la oda al Dos de Mayo de B. López García : "Oigo, patria, tu aflicción, / y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón...". Y la melancolía entrañable del Asturias, patria querida, no carece de un cierto aroma nacional.

El sentimiento patrio surgía también con el desgarro doloroso del exilio político, o cuando el español emigraba, en los 60, bajo las canciones de Valderrama, con su Adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida...". En nuestros días, desde la puerta de los cuarteles, se invocó el "Todo por la patria" y don Juan de Borbón pronunció el "Todo por España", al entregar a su hijo, el rey Juan Carlos 1, sus derechos de sucesión a la corona. Pero dicho todo esto, no debe postularse un visceral patriotismo, sino racional y moderado, al tiempo que ello nos inducen a repetir el sistémico reclamo de su sagrado nombre, y a dejar de decir la aburrida expresión de "este país". Pero el deporte también se hizo patriótico, sobre todo al ser un clamor popular en la selección nacional, tras el triunfo de su soñado trofeo. Y fue patriótico el "real" madrileñismo, transformado en vibrante "españolía", con clave del más genuino fervor popular, que impulsó una pasión desbordada y una alta épica de sentimientos, enraizados en una tierra común y un sol compartido.