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El destino de Angela Merkel

Los resultados en las elecciones de Berlín han planteado por primera vez algo que hace meses resultaba impensable, y es que Angela Merkel no se presente a las elecciones para intentar lograr un cuarto mandato, lo que la habría convertido en la canciller más duradera, superando a su mentor Helmut Kohl y al padre de la CDU, Konrad Adenauer. El sorpasso, por segunda vez consecutiva en unas regionales, de su partido por la AfD (Alternativa para Alemania), partido xenófobo y antieuropeísta, cuestiona toda su política, y además pone fin a ese sentimiento de superioridad moral que mostraban los alemanes, quienes, se decía, habían aprendido de su pasado y eran inmunes a la tentación fascista que reaparecía en muchos de sus vecinos, desde Francia a Hungría.

Recuerdo, cuando vivía en Alemania, el rechazo que suscitaba la líder de la CDU, sobre todo entre los jóvenes. Una amiga alemana decía que si Merkel ganaba las elecciones, cuando fuera al extranjero diría que era suiza. Diez años después, una encuesta del Spiegel decía que un 80% de los jóvenes alemanes valoraba positivamente a Merkel. Como dijo mi hermano, los jóvenes alemanes parecían ancianos políticamente. Merkel practicó un populismo nada criticado por una prensa acérrima: Si los alemanes veían mal la energía nuclear, ella cambiaba su programa y postulaba el desenganche de lo nuclear (cuando se pudiera).

Si el salario mínimo, bandera de la izquierda, era visto por la gente como justo, ella lo adoptaba, dejando sin argumentos a los socialdemócratas. Si el Bild pedía mano dura con los griegos y los alemanes temían por sus ahorros, ella daba otra vuelta de tuerca. Alemania era una isla de prosperidad en medio de la crisis en Europa, de la que se beneficiaba: el bono alemán subía, y trabajadores cualificados afluían a Alemania, que necesita de ellos por su baja natalidad.

Ese mismo cálculo hizo pensar a Merkel que la llegada de refugiados, jóvenes en su mayoría, sería a la larga beneficiosa. Pero el primer efecto ha sido el rechazo hacia gentes con costumbres muy distintas. El «patriotismo» que Merkel reivindicaba ha degenerado en un nacionalismo latente en un país que ve a los emigrantes como gastarbeiter («trabajadores invitados») y donde nunca se ha considerado igualmente alemán a alguien con abuelo turco que con abuelo de Hamburgo. Frente a unos socialdemócratas divididos y con un líder sin carisma, el riesgo sería que Merkel, en otro giro de los suyos, en lugar de frenar la retórica xenófoba, intentara, como Sarkozy en Francia, congraciarse con sus votantes.

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