Cuando el 8 de octubre de 2012 comenzábamos esta sección con un artículo titulado ‘Una gobernanza vieja para un mundo nuevo’ ni siquiera se sabía que el multimillonario Donald Trump aspiraría a la presidencia de EEUU. Más de cuatro años y doscientos artículos después, su victoria le otorga a este espacio de opinión una pertinencia y vigencia aún más novedosas que entonces.

Escribía yo en aquel momento: «[...] nos encontramos hoy conviviendo en una sociedad nueva, casi completamente nueva, gobernada por una política vieja, casi completamente vieja [...] Nos extrañamos de que el capital le haya robado el territorio a la política, pero es el producto lógico de dos formas bien distintas de gestionar la realidad [...] Es imprescindible, pues, una nueva política o, mejor dicho, una Nueva Política».

Desde entonces hemos observado la ruptura del sistema de partidos español con la aparición de Podemos (2014) o la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (2016), pero nada demuestra más a las claras la imposición de una nueva política que la victoria de Donald Trump. Un ejercicio, el de repensar lo político, en el que llevamos muchos años de retraso, sobre todo desde la izquierda.

Muchos analistas, tanto estadounidenses como europeos, coinciden en tres factores clave para lo ocurrido en EEUU: 1) El deseo de la ciudadanía de votar en contra del sistema imperante; 2) La seducción de Trump a través de la frescura de lo políticamente incorrecto, y 3) La creciente influencia de internet.

Estos tres factores, que no son determinantes por separado, creo que, conjuntamente, son esenciales para comprender lo que viene pasando en el mundo desde 2011, lo que ha ocurrido en EEUU y lo que va a pasar a partir de ahora.

Internet, en efecto, tiene cada vez más influencia. Ya resultó fundamental en la victoria de Barack Obama en 2008. Teniendo en cuenta que los países con mayor desarrollo tecnológico siempre son vanguardia, no es de extrañar que internet vaya ganando terreno en los países más avanzados de Europa y que, también en España, los líderes sociales de la red tengan más influencia en el futuro que los políticos profesionales.

Sobre lo políticamente incorrecto no es fácil escribir, y de hecho he recibido algunas críticas al respecto, sobre todo a raíz del artículo del 11 de enero de este año ‘Sobre la violencia doméstica (con perdón)’, donde trataba de abrir un debate sobre algunos de los errores del movimiento feminista contemporáneo. Creo que después de que un machista explícito como Donald Trump haya recibido el voto de tantas mujeres estadounidenses, no quedará ya ninguna duda al respecto de esos errores. La gente está harta del lenguaje políticamente correcto, que casi siempre es una pantalla protectora para no abordar el fondo de muchos problemas que a todos nos duele afrontar sin filtros, pero que si seguimos edulcorando no solucionaremos jamás. Trump es la gran victoria de las muchas victorias que lo políticamente incorrecto puede apuntarse ya en su haber.

En cuanto a la necesidad de la ciudadanía de castigar a las élites (establishment o casta en términos que se han popularizado respectivamente en EEUU y en España) es una evidencia tan palmaria que nadie en su sano juicio sería capaz de discutir. Un castigo que va más allá de lo racional, como se ejemplificó en los testimonios de muchos ciudadanos británicos que votaron a favor del Brexit y que se arrepintieron públicamente al día siguiente.

El deseo de ver desaparecer a todos los que llevan mucho tiempo en política es tan profundo y visceral que está siendo ejecutado, y va a seguir siendo ejecutado, incluso contra todo indicio racional. O se van, o les echamos. Es bueno recordar que Donald Trump no tiene absolutamente ninguna experiencia en el desempeño público, y va a tener de su mano la maquinaria de poder más grande del mundo. En España tenemos el ejemplo de Pablo Iglesias, que pasó de ser un completo desconocido a tener más de cinco millones de votos en apenas dos años.

La incapacidad de las élites --económicas, políticas, periodísticas-- para prever el triunfo de Trump, algo que algunos pronosticamos hace meses, forma parte del mismo problema. Son élites. Viven en el confortable mundo de los despachos, los hoteles, las moquetas y los coches oficiales, donde parece que la realidad no acaba de llegar. En realidad, Trump no ha ganado. Ha perdido la clase política. Ese ejército de zombis que se arrastran por la vida pública siendo los únicos que no saben que están muertos.