Síguenos en redes sociales:

El principio de incertidumbre

Si alguien le hubiera asegurado a la joven fallecida en Málaga que su destino iba a ser morir ahogada en su propio lugar de trabajo -un club de alterne- bajo un torrente de lluvia, le hubiera entrado la risa. Había venido de un país frío como Rumanía buscando el sol y se encontró sepultada en Andalucía bajo un tsunami tailandés. Buscaba una vida mejor y encontró una muerte demasiado absurda para ser real, como de novela de realismo mágico. Pero no hay nada mágico en morirte en un lugar cerrado mientras haces la calle. Lo desconcertante, lo irreal no ocurre solo en Macondo. García Márquez lo sabía cuando escribió Cien años de soledad, novela que nos empeñamos en catalogar como fantasiosa aun a sabiendas de que tal fantasía se queda corta en comparación con lo que ocurre fuera de sus páginas.

En un acto de narcisismo intelectual, estamos pendientes de la prima de riesgo, de Trump, de Renzi o del Brexit, como si fuera la geopolítica -y no el azar doméstico- quien dirige el destino de nuestras míseras existencias. Deberíamos atender menos a las noticias internacionales y más al cielo, como hacían nuestros antepasados, porque es en el cielo donde se gestan las estrellas, los planetas y las lluvias.

Según el principio de incertidumbre enunciado por Heisenberg, no se puede medir simultáneamente y de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula. El físico alemán afirmaba que cuanta mayor certeza se tenga en determinar la posición de una partícula, menos se conocerá cuál es su masa y su velocidad. Resumiendo: nuestra única certeza es la ausencia de certezas.

No debería sorprendernos que Trump gane las elecciones americanas o que triunfe el Brexit en Inglaterra. Nada debería sorprendernos. Esta vida es un Macondo chusco y malogrado escrito no por un Nobel de literatura sino por el azar, que redacta con insoportables faltas de ortografía una historia retorcida.

Pulsa para ver más contenido para ti