Todavía recuerdo, hace ya unos años, a Rodríguez Ibarra inaugurando la autovía que, por fin, nos acercaba a los cacereños a Plasencia de una manera digna y no como, hasta entonces, nos «alejaba» la Nacional 630 de la capital del Valle. Y recuerdo que el expresidente, en su intervención en la inauguración decía que aquella obra se inauguraba con unos catorce años de retraso. ¡¡¡¡Y todos aplaudían!!!! Estábamos muy contentos de haber esperado nada más y nada menos que catorce años una obra que ya, por fin, nos merecíamos los extremeños.

Ahora parece difícil de imaginar, pero era terrible ver circular por esa carretera a las personas que, por motivos de trabajo, tenían que desplazarse diariamente de Cáceres a Plasencia porque, si tenían un camión o coche delante, se veían obligados a tener que ir detrás de él, desde el cruce de Garrovillas hasta el puerto de los Castaños, sin posibilidad de adelantamiento seguro. Y así, día tras día.

También pasó algo parecido con la autovía hacia Madrid desde Badajoz, que nos dejó a Cáceres aislada un montón de años (y eso que entonces coincidía el color regional del partido gobernante con el del nacional), hasta que, por fin, se pudo construir la autovía hasta Trujillo, siempre con los correspondientes años de espera. Pero «a los extremeños les da todo igual; los tienen como el toro de Murcia», deben pensar los políticos de turno cuando una y otra vez nos «engañan» a la hora de repartir la pecunia para las infraestructuras en nuestra región.

Y ahora nos pasa lo mismo con el tren. ¡Qué vergüenza! ¡Que el propio presidente de Adif comente que es incomprensible que Extremadura se encuentre así en pleno siglo XXI! Pero lo más gordo no es que todavía no tengamos la alta velocidad.

El colmo de los colmos es que esa alta velocidad, que distintos ministros de los diferentes gobiernos de España nos han estado «prometiendo» con fechas que hemos tenido que estar cambiando en varias ocasiones, cuando llegue, ahora dicen que en 2020 (Zapatero ya había dicho que en 2010), no será la verdadera alta velocidad, sino un tren de gasóleo, sin poder poner sus ruedas en vías con líneas electrificadas, o sea, una alta velocidad «no tan alta», más bien mediana, vamos, de segunda. ¡Como los extremeños se lo tragan todo!

El problema es que todo esto que nos pasa a los extremeños no se soluciona sólo con aparecer en una manifestación y el día 1 de Mayo. Ese día ya se espera a toda España en la calle. Todos se quejan ese día de algo. Se sale en la prensa, radio y televisión, y ya se cumplió con la fiesta. ¡Luego a casa y se acabó! Me atrevería a decir que deberíamos descansar el 1 de mayo y salir todos los demás días del año a la calle para que nuestra queja fuera eficaz.

Hay que pedir un tren digno todos los días, y en todos los medios, aprovechando cualquier oportunidad que se nos presente. Como hacen los catalanes, que, incluso actuando fuera de la legalidad y condenados por tribunales de justicia, montan un pollo tal, cada vez que alguno va a declarar, que lo convierten en un teatro para reírse de todo el mundo y tomarse a pitorreo las sentencias que los jueces dictan sobre sus actuaciones. Así, sin duda, conseguirán la independencia antes de que el tren de alta velocidad surque nuestra vasta Extremadura.

El problema de la indolencia extremeña es que es endémica, está dentro de nosotros, forma ya parte de nuestras vidas. Lo mismo que los alemanes son rubios con ojos azules, los extremeños somos morenos con ojos castaños y tremendamente indolentes. Y es que a los extremeños nos da igual que gobierne un partido de derechas, o de izquierdas porque todos, cualquiera que sea, y debido a nuestra indolencia extrema, nos la acaban metiendo por el centro, es decir, por todo el ojete.