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A la intemperie

Fernando Valbuena

Coños y coñas

Estudié, como ustedes, que género y sexo eran conceptos distintos

Señoras y señores: no se puede contentar a todos. Ni a todas. Los aplausos fáciles suelen acabar en facilones. Tan insípidos como besos facilones. O facilonas. Desde que mi paisano, baracaldés de natura, que no de ventura, Juan Manuel de Prada, titulara «Coños» su primera novela, el camino quedó expedito. Así, a palo seco, resulta tremebundo. Impropio. Desde mi rendida admiración por la rotundidad de su discurso lógico, aquel título aún se me atraganta.

Lo tengo pendiente. En realidad, pendiente, salvo en las orejas, lo tengo todo. Las carnes y las ideas. Con los años, descubres, descorazonado, que no solo ha pasado el tiempo, sino que, delante de tus narices, ha pasado la Historia. Y eso es peor que la podredumbre de la carne,… es la podredumbre de las ideas, de las categorías mentales sobre las que has (hemos) levantado el instalache de comprender y de decir el mundo que nos rodea. Espuma, nada más somos.

Viene esto al caso --antipático, descabellado, aberrante, zafio, ruin y miserable-- del rollito de los coños y sus correlativas coñas. Estudié, como ustedes, que género y sexo eran conceptos distintos. El género es gramática y el sexo es biología. Tan fácil de entender y, al parecer, tan fácil de pervertir. Coño es masculino para la gramática y femenino para la biología. Excepción hecha del quinto, que es masculino (como el pino).

Es evidente que la lengua está viva. Que los continentes derivan y que hace tiempo que el Athletic no gana la Copa del Generalísimo. Para los más veteranos, sin embargo, este uso torturado del idioma provoca ríos de sangre purulenta en los oídos. Pero el verbo está en la calle, en las páginas de este diario y en los libros que, en papel o en digital, se van publicando. El verbo es mutante. La batalla hay que ganarla hablando. Hablando más y mejor que los destartalados defensores de un idioma patético al servicio de su ideología.

Quien dice «todos y todas» manifiesta una opción política. Viene a ser como levantar el puño a la salida del Supremo. La instantánea de una militancia. Podrían llevar en la frente una pegatina en la que pusiera PSOE y no sería tan gráfico como un «compañeros y compañeras» lanzado cual exabrupto en el momento exacto en que un micrófono se enciende. Y si trufas el discurso, a mayor gloria del dislate, una y mil veces, de pollos y pollas, dejas atrás al PSOE y te adentras en la izquierda radical, separatista, feminista, republicana, antitaurina, antisistema y, en general, antitodo. Una manera sencilla, pero rotunda, de dar, digamos en su propia jerga, visibilidad a las propias ideas. Empoderamiento, transparencia y visibilidad… muletillas nuevas para viejas ideas. Empoderamiento, o sea, el poder para la izquierda. Curiosa palabreja. El poder ha sido siempre odioso, al menos para los revolucionarios. Empoderamiento me suena a rabicorto y a coña, que es femenino, salvo que se acentúe en agudo, que es brandy. A mi edad, prefiero las coñas a los coños y, puestos a elegir, la coñá (siempre sin anís). «¡Camarer@, Lepanto, por favor!».

Conclusión. Este uso contrario a norma del idioma ha dejado de ser ridículo. Ya no provoca chanza ni coña, expresa ideas, lo que, a la postre, es el fin perseguido por el idioma. Y, aunque, a los viejos, a los puristas y a los que no compartimos esas ideas, nos resulte indigesto, es casi un recurso literario. La poesía (también la ajena) es un arma cargada de futuro. Es una batalla política.

Estrambote. Dice mi amigo Luis Carlos Doncel, buena pluma, mejor plumón, que la solución sería darle sonido propio al signo arroba («@»), que podría ser el mismo que el de la vocal «e»; así, en cualquier reunión políticamente correcta, en lugar de leer «estimad@s compañer@s y amig@s» como «estimados y estimadas compañeros y compañeras y amigos y amigas» diríamos simplemente «estimades compañeres y amigues». ¡Coñe! ¿Será coña? ¡No, coño!

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