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El Vaticano y la pena de muerte

Ninguna de las acciones del Vaticano deben tomarse a la ligera por la influencia que tienen sobre los creyentes y también porque sirven para establecer varas de medir morales que suelen destapar profundas hipocresías, sobre todo cuando de relaciones internacionales y razón de Estado hablamos. Por este motivo, es significativo que el papa Francisco haya aprobado la modificación del catecismo católico para declarar «inadmisible» la pena de muerte y haya indicado el compromiso de la Iglesia de instigar su abolición en todo el mundo. El texto señala que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona».

Se trata de una decisión positiva, ya que el catecismo es el libro doctrinal que recoge las bases del catolicismo. Un nuevo paso en la obra del papa Francisco de alejar a la Iglesia de postulados políticos ultraconservadores. Porque a nadie se le escapa que en muchos de los lugares donde la pena de muerte está en vigor se ha aplicado durante mucho tiempo en nombre de Dios y con la aquiescencia de la Iglesia. La pena de muerte es una rémora del pasado, un castigo inhumano que no se justifica por muy execrables que sean los crímenes. Luchar por su abolición es una noble causa, así que cabe aplaudir que el Vaticano -tan remiso o directamente opuesto en otros asuntos- se haya sumado a ella.

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