Se llamaba Alicia y tenía sesenta y cinco años. Nada más sabemos de ella, excepto que se suicidó una mañana de noviembre, cuando la policía llegó a su casa para desahuciarla del piso del centro de Madrid en el que vivía desde hacía cuatro años. Poco, o nada más, sabemos de ella; ni siquiera si tenía relación con su familia. Tampoco sabemos, al menos yo, las razones por las que llevaba varios meses sin pagar el alquiler, aunque es de suponer que hasta entonces lo había pagado puntualmente pues, de lo contrario, la habrían desahuciado antes.

Hasta esa nefasta mañana de noviembre, no conocíamos su existencia. Al menos yo no la conocía. Por tanto, no sabía los problemas que tenía ni las circunstancias concretas que la llevaron a tomar una decisión tan drástica. Lo que sí sé es que no ha sido la primera persona que la ha tomado por esta causa: verse expulsada de su domicilio. Lo de menos es que el propietario del piso en el que vivía fuera una persona con una sola vivienda en alquiler, un «rentista» con un bloque entero; o uno de esos «fondos buitres» que campan a sus anchas en muchas de nuestras grandes ciudades.

Desde ese desconocimiento de su realidad concreta, podemos construir todo tipo de hipótesis sobre las razones últimas que llevaron a Alicia a tomar la decisión de acabar con su vida; sin desechar la teoría de los activistas antidesahucios, que llaman asesinato a muertes como la suya. Aunque intento ponerme en la piel de esta mujer, sé que será un ejercicio retórico, por no haberme encontrado nunca en su situación. Aún así, me atrevo a aventurar que, en la decisión de Alicia, debieron influir una serie de circunstancias personales que pueden tener que ver con la soledad que se vive en las grandes ciudades, el abandono y, seguramente también, con la vergüenza de no poder pagar el alquiler. Una vergüenza que no le permitió pedir ayuda pues, según las crónicas, acudió una vez al ayuntamiento para pedirla. Que no le dieron.

Como decía, no conocía a Alicia, pero he sentido su muerte como si fuera una persona cercana, aunque solo compartía con ella el hecho de ser compatriotas. Lo digo porque llevamos demasiado tiempo entretenidos con un debate, --casi siempre estéril y tramposo--, sobre conceptos tan importantes como España y sus símbolos, la Constitución y el patriotismo. Debate estéril porque, habitualmente, cuando hablamos de España lo hacemos en abstracto y solo utilizamos sus símbolos para arrojarlos a la cabeza de quienes no piensan como nosotros, mientras la Carta Magna es papel mojado cuando de derechos individuales se trata. Lo mismo sucede con el patriotismo, un concepto abstracto que cada cual interpreta como le apetece; o le interesa si hablamos de la política profesional.

En mi caso creo que el patriotismo es hacer tu trabajo cada día, España las personas que viven aquí, como Alicia y las «Alicias» que cada día se resignan a abandonar sus hogares por falta de medios económicos, a pesar de que la Constitución establece el derecho a una vivienda digna. Lo demás, en mi opinión, son ganas de enredar; o de retorcer la realidad.

*Periodista.