Síguenos en redes sociales:

Tribuna abierta

Víctor Bermúdez

La Navidad explicada a los ateos

Bienvenida sean, como cada Navidad y cada solsticio, la luz y la verdad al mundo

Entre mis amigos ya no se estila el «feliz Navidad», ni el neutro «felices fiestas»; ahora lo que mola es el «feliz solsticio». Te lo sueltan así, con un poco de sorna y provocación adolescente, y un mucho de la seriedad que aureola al ateo cuando condesciende a desengañar a los pobres creyentes -y ya que condesciende, a compartir la fiesta con ellos, porque mis amigos del «feliz solsticio», aun refunfuñando, celebran las navidades como todo cristo-.

Pero vamos a lo del «feliz solsticio», que es lo más entretenido de todo. ¿Qué pretenderán celebrar mis amigos ateos cuando celebran el solsticio de invierno? Digo yo que no celebran que la Tierra siga en su órbita, y que, por eso, haya más o menos luz solar en determinadas partes de la superficie del planeta (todo lo cual, así contado, da para algún documental, pero no para dos semanas de jolgorio). Tampoco creo que se refieran a lo que se celebra popularmente como solsticio de invierno en todas partes del mundo (y que tanto tiene que ver con el rito cristiano de la Natividad): el renacimiento de la Luz y la Vida en su batalla anual con las Tinieblas de la Muerte, etc., etc. (todo lo cual, dicho así, suena demasiado a mitología y religión). Así que, por eliminación, supongo que lo que mis solsticiales amigos celebran es que el mundo obedezca unas ciertas leyes astronómicas que regulan su comportamiento y nos libran, así, del caos y la extinción. Esto es -al menos- lo más científico y menos religioso que se me ocurre que podrían celebrar. Cierto que esto lo podrían hacer en cualquier otro momento del año (pues en todos rige el mismo conjunto de leyes astronómicas), pero igual, por deferencia a nosotros, lo festejan especialmente en Navidad. Vete tú a saber.

En cualquier caso, los ateos del solsticio tiene razones de sobra para celebrar que el mundo esté regido por las leyes que descubre la ciencia. ¡Vaya si lo están! ¿Habrá algo más grande y extraordinario que estas leyes? Dense cuenta. En primer lugar, las leyes científicas no cambian (¡ni aún las propias leyes del cambio cambian!); son eternas, como los vampiros. En segundo lugar, no ocupan espacio (¡ni siquiera las de la geometría!), por lo que son incorpóreas, como los fantasmas. En tercer lugar, determinan y permiten predecir los sucesos (¡hasta los que ocurren en el cerebro de los sabiondos que las descubren!), así que son omnipotentes -o casi- , y preexisten a todo lo que pasa. ¡No es, pues, para adorarlas como a un Dios -aunque sea con toda la razón-!

De otro lado, piensen ustedes en lo que es un solsticio. El recomenzar de un ciclo, la repetición de lo mismo, la renovación de lo que, aparentemente, murió de viejo. ¿No reconocen en todo esto algo? Recapaciten: si algo es regular es porque se repite, y si se repite es porque, en algo, no cambia. Y lo que no cambia, lo que siempre está igual, está necesariamente fuera del tiempo. ¡Esto celebra el solsticio: el triunfo anual sobre los años, el recuerdo de que no todo se lo lleva el tiempo! O la certeza de que el tiempo, tal vez, no se lleva nada. Porque a ver. Piensen ustedes en ustedes. ¿Podrían ser quienes son si no se repitieran un poco -como los solsticios- de año en año? Pues eso que se repite en ustedes -su «identidad» o «esencia» dicen los filósofos- no puede ser puro tiempo. Si lo fuera jamás podrían decir aquello tan divino de «yo soy el que soy» (sin que el primer «soy» se pudriese enseguida en un «era»), y si no pueden decir siquiera eso, es que no pueden decir -ni ser- nada de nada.

Lo siento (y a la vez me alegro) por mis amigos ateos. Pero lo que el solsticio y la Navidad celebran son idéntica cosa: el milagro de que aquí en la Tierra, donde todo parece tiempo y cambio, logremos bañarnos dos veces en un río que es -aunque no lo parezca- el mismo. Esta maravillosa conmensurabilidad entre lo eterno y divino -de las leyes o el ser de las cosas- y lo fugaz -del mundo y sus apariencias- es lo que nos recuerdan el dios que se hace humano y las leyes inmateriales que dan forma a la materia. Bienvenida sean, pues, como cada Navidad y cada solsticio, la luz y la verdad al mundo. ¡Y ustedes que las disfruten!

Pulsa para ver más contenido para ti