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Todo en desorden

Yo, Marie Kondo, estaba dispuesta a abrazar tu fe. Te lo juro. Veía tus vídeos y me parecían un regalo digno de los dioses del orden, dioses que yo iba a adorar como quien sigue a un maestro que acaba de andar sobre las aguas. Eso me parecías, <b>Marie Kondo</b>, un ser de otro mundo que venía a traer el equilibrio al caos en el que vivo. Todo el mérito no es mío, como puedes imaginar. Una familia atesora mucho, y más cuando hay varias edades en juego. Y hablando de juegos, en mi casa los reinos playmobil se edificaban sobre los cimientos de los Gormitti, pobres, desposeídos de su tierra prometida, condenados al ostracismo de los baúles de abajo.

Destierro puro y duro, pero solo destierro, nunca abandono. Tarde o temprano, se producía una catástrofe, y los Gormitti o los Bakugan recuperaban su reino hasta nueva orden. Y así año tras año, sin dejar en el camino ni un castillo ni un barco pirata ni la pirámide de Egipto.

En los armarios, Marie Kondo, pasaba igual, no voy a mentirte. Salvo zafarranchos de temporada, cómo tirar el abrigo con que recogí el primer premio, con la mala suerte que da eso, o el primer pijama de mi hijo y el segundo, y su disfraz mil veces roto, y el pantalón vaquero con que conocí el amor, y las botas que pisaron Grecia. Hasta que vi la luz y apareciste, y yo, que había sobrevivido acarreando cajas mudanza tras mudanza, y que había cerrado dos veces la casa de mis padres, entre lágrimas por cada carta, cada adorno, cada pañuelo que conservaba aún el olor de las manos que ya no me acariciarían nunca, estaba dispuesta a claudicar.

Primero fue la ropa, y luego algunos juguetes, y todo iba bien, hasta que perdiste el norte y te liaste con los libros. Y por ahí no, Marie Kondo de mi alma. Por ahí no. Ya llevaba mal lo de tirar recuerdos, pero libros no voy a tirar ninguno. Treinta libros es la recomendación que nos haces a tus seguidores, y a este paso, te vas a quedar sin ninguno, a poco que alguno piense. Cada uno tiene sus debilidades, y la mía, y la de la persona que comparte la vida conmigo, son los libros. Sé que acumulan polvo y ocupan sitio. Pero hay en sus páginas cosas que no quiero perder: renglones, subrayados, huellas de noches en vela y madrugadas insomnes. Dedicatorias con la letra de médico de mi padre, recetas de mi madre, regalos de amigos que ya no están porque la vida nos separó o la muerte, y ya no hay remedio. Así que Marie Kondo ya puedes andar sobre las aguas, separar las del Mar Rojo o aparecerte de noche. Te retiro la adoración que duró tan poco. No voy a tirar ningún recuerdo, no me desprenderé de ningún libro, y que los reinos de piratas, espías y caballeros playmobil se sucedan sobre la alfombra e invadan el salón. Ya vendrán tiempos de alfombras, cajas y casas vacías. Ya lo dije hace mucho. Por encima de todas tus ventajas, prefiero la ternura infinita de disfrutar aún de quienes vinieron a poner todo en su sitio y al mismo tiempo a dejar todo en desorden.

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