El viernes, en Coria, Ángel Acosta presentó su tercera novela, titulada Recuerdos para Maida. La sorpresa para el lector es que no hay ninguna sorpresa respecto a las dos novelas anteriores, afortunadamente. Aunque el estilo narrativo de Acosta se ha consolidado, el argumento sigue siendo idéntico a sí mismo, es decir, el lector puede escoger al azar cualquier capítulo de la primera novela, de título El sabor del mar, elegir luego cualquier otro de Malagua, la segunda publicada, y aún un tercero de esta última, Recuerdos para Maida, y no advertir que está leyendo capítulos de novelas distintas, sino una misma novela. ¿Significa esto que Acosta se repite? Significa que Acosta está construyendo una obra cuyo fin no tiene fin. Por supuesto, cambian los personajes, cambian las historias, cambia todo, entre unas y otras, pero de las tres novelas, si el lector sabe barajarlas, se pueden obtener varias novelas.

Nada nuevo, desde luego, pues Julio Cortázar hizo lo propio con Rayuela, novela de la que pueden extraerse varias novelas, yendo de un capítulo a otro según las indicaciones del autor. Acosta, sin embargo, no da indicaciones, sino que deja al lector libertad para que decida, o descubra, o lea cada novela como una novela independiente. Comparaciones aparte, es obvio que las tres novelas de Acosta son independientes y pueden leerse como tales. Lo que tienen en común, sin embargo, es el argumento, en el sentido de que parecen no tener argumento, y lo tienen. Y es ahí donde el lector comprende -sin comprender- que está ante una trama altamente adictiva, obligado a seguir leyendo -apresurado y gozosamente- hasta el desenlace o la falta de desenlace, porque Acosta no deja fisuras argumentales por las que el lector pueda descubrir el final de lo que lee antes de que el autor decida descubrírselo. No en vano sus novelas no tienen punto final, aunque lo tengan, sino tres puntos suspensivos.

El viernes, en Coria, Ángel Acosta demostró que lo difícil de la literatura es no caer lo fácil. No será la última vez. Tiene la fea costumbre de enfrenarse primero a lo difícilpara dárselo luego fácil al lector.