La realidad supera a la ficción muy a menudo. Tanto en su vertiente más luminosa, como en la más lúgubre. Porque el ser humano ha demostrado que, con el tiempo, ha sido siempre capaz de fraguar cualquiera de las cosas que alguno de sus semejantes solo podía alcanzar a imaginar.

Apenas con acercarse a la literatura o al cine de décadas pretéritas, se puede comprobar cómo muchas de las fantasías futuristas que parecían inalcanzables se han convertido en realidades tan comunes que ya se perciben como parte del paisaje cotidiano.

Seguro que alguno de ustedes estará leyendo esta columna desde un teléfono móvil o una tableta, dispositivos que funcionan mediante la tecnología táctil. Pues bien, ahí tienen uno de los ejemplos de lo que comento. Y, como con estos inventos, ocurre con millones de elementos que se han ido agregando a la realidad a lo largo de la historia de la humanidad.

Pero la realidad, a veces, muta adquiriendo perfiles más sofisticados y perfectos y, en otras ocasiones, se mueve inevitablemente hacia la deshumanización y la perversión. Porque cualquier elemento puede ser benéfico o infecto, dependiendo de en qué manos se sitúe o de cuáles sean las intenciones de quien disponga de él.

Y, aunque pueda sonar exagerado, deberíamos de ir planteándonos todos estos temas en términos morales y éticos. Porque la era en que los seres humanos empezaremos a convivir con las inteligencias artificiales, los órganos biónicos y hasta entes robóticos con estética humanizada ha comenzado ya. Si no me creen, échenle un vistazo a la conversación que mantuvo Pablo Motos con la robot humanoide Sofía en el programa El Hormiguero. O presten atención a Siri y a Alexa, y comprueben cómo, conforme pasa el tiempo, van interactuando con ustedes de un modo mucho más certero.

De momento, los avances son percibidos como éxitos tecnológicos incuestionables. Pero puede que, si no aprendemos a manejar esta nueva realidad, las distopías aterradoras del cine y las series acaben convirtiéndose en poco menos que un cuento infantil en comparación con el futuro que pueda esperarnos.