Dejaría usted de acudir al mejor oncólogo del mundo si se enterase de que, en el pasado, fue lo que hoy (pero no hace treinta años) denominamos un «acosador sexual»? Lo dudo ¿Aceptaría usted dejar de estudiar la teoría de la relatividad si se descubriera que probablemente (pero con eso basta) Einstein era un maltratador? Apuesto a que no. ¿Pues entonces por qué aceptamos prescindir de las obras de arte (conciertos, películas...) de determinados artistas -y hasta hundir sus carreras- por el hecho (o la simple sospecha del hecho) de haber incurrido en conductas o delitos similares? ¿Por qué en unos casos se impone un «sano» utilitarismo -al fin y al cabo, pensamos, renunciar a un tratamiento médico o al fundamento de la física moderna no va a reparar a las víctimas ni evitar otras nuevas- y en otros no? ¿Alguien cree, de veras, que se va a acabar con el acoso y el sexismo por acabar con las actuaciones de Plácido Domingo o las películas de Kevin Spacey?

Nadie duda de que haya que castigar legalmente a aquel que abusa de su poder para acosar y obtener de sus subordinados favores sexuales. Está claro. Pero de ahí a hundir su carrera artística va un larguísimo trecho. Y el argumento del «así aprenderán» no sirve para acortarlo. Independientemente de la dudosa utilidad (y eticidad) de ese tipo de «escarmientos», ¿por qué solo aplicarlo a los artistas, y no a médicos, científicos o financieros?

A mi juicio hay varias razones para explicar por qué al artista, además de aplicarle la ley -como a todo ciudadano que la viola- se le busca encapirotar moralmente e incluso anular como tal artista. No es solo por la sensibilidad social hacia los delitos sexuales (artistas convictos de robo, actividades violentas o consumo de drogas son usualmente admirados -e incluso tildados con la noble etiqueta de «malditos»-), ni por la fuerza que va tomando el feminismo (ya digo que nadie pretendería acabar con la carrera de un científico de éxito por mucho que abusara de sus becarias -nos limitaríamos a exigir que se le aplicara la ley y a imponer ciertas medidas de prevención-) ¿Entonces? ¿A qué esto de tomarla con el arte?

La primera razón tiene que ver con la consideración de la obra estética como un tipo de mercancía de la que -a diferencia de un tratamiento médico o una teoría científica- parece que podemos prescindir. Así, algunos comparan el boicot a un artista con el que se hace contra una empresa -suponiendo así que suspender un evento artístico es equiparable a dejar de comprar una marca de refrescos o de zapatillas-. Pero esto es falso. Por mucho que el mercado lo contamine todo -y el arte contemporáneo no ha puesto casi nada por evitarlo- las obras artísticas son otra cosa que las cosas y, para muchos, disfrutar de ellas es una necesidad espiritual tan imperiosa o más como las que competen al cuerpo o al intelecto.

Otro de los errores que justifican la asunción del arte como chivo expiatorio en los modernos rituales de escarmiento moral es la (no menos moderna) confusión entre el artista y su obra. A diferencia de la ciencia, que se supone objetiva, el arte porta el sambenito de la subjetividad, por lo que tiende a creerse que un artista moralmente malo no puede crear nada bueno. Esta falacia comprende tres confusiones. La primera es la de la obra con su autor, que es como confundir a un hijo con su padre (y que guarda relación con ese estúpido endiosamiento de los artistas, que es marca de nuestra época sin dioses, y que los torna erróneamente escaparates o arquetipos morales). La segunda es la del arte con la moral (que es confundir la libertad creadora con la educación en valores). Y la tercera la de lo moral con lo legal (que es confundir con el diablo -alguien íntegramente «malo»- a quien, a lo sumo, en una sociedad como la nuestra, solo deberíamos tildar públicamente de delincuente).

La visibilización y persecución del delito de acoso sexual debe ser, en fin, implacable. Pero no a costa del arte. Ya tenemos bastante con los que pretenden censurarlo por su «incorrección política» por como para soportar, también, a los que buscan privarnos de él por mor del juicio moral a sus creadores.

*Profesor de Filosofía.