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Extremadura desde el Foro

Alberto Hernández Lopo

Pasión de los fuertes

Florecen los líderes de estilo bravucón y malencarado, un poco de barra de bar

Vivimos en la etapa de un nuevo tipo de líder? ¿Dominan ahora los ‘fuertes’? ¿De veras, necesitamos (incluso reclamamos) y premiamos un estilo más autoritario y personalista de conducirnos? El sentido común y, quizás, nuestra percepción individual nos dictará que no. Pero la realidad nos desmiente. Perfiles como el de Trump, Bolsonaro o Boris Johnson surgen extraídos de un mismo molde. Teniendo en cuenta que proliferan y provocan réplicas (Salvini, Duterte, Orban) a menor escala, parecen más regla que excepción.

Como si fuera el reverso oscuro de las condiciones de empatía, respeto y cortesía que se le suponen a un liderazgo actual y humanista, florece este prototipo de estilo brabucón y malencarado. Un liderazgo de barra de bar, como el tipo que hace la gracia más bestia y, para celebrar, invita a todos a la última ronda. Su sello está en la campechanía, un uso llano del lenguaje y las respuestas sentenciosas y sencillas, opuestas al tradicional circunloquio de la jerga política.

Como los que daría cualquiera «de la calle». Porque todo luce como guiños al pueblo, que además así los recibe. Porque, aunque parezca mentira dada la habitual procedencia elitista de estos ídolos de masa políticos, lo que venden es una cercanía a un pueblo cansado hasta el hartazgo de la «casta» política y sus corruptas formas. Por mucho que algunos de ellos hayan sido siempre políticos.

«Cualquiera que sea nuestra visión sobre el Brexit, una vez que se permite que el primer ministro impida operar completa y libremente nuestras instituciones democráticas, estamos en un camino muy precario». «Esto no es democracia, es dictadura». Las últimas críticas al bloqueo parlamentario de Boris Johnson podrían firmarlas los detractores de Trump o Salvini. Pero frente a ellos se fortifica la privativa idea de que, si lo hace el presidente, es porque puede o es naturalmente legal.

Su verdadera cualidad diferenciadora no es ni la fuerza, ni el populismo, del que ya sabemos no tiene propietario ni sede fija. De lo que realmente se jactan no es de no jugar con las reglas, sino de que son ellos quienes las marcan. Y de paso imponiendo un nuevo juego: el suyo. No dejen de fijarse que muchos de sus actos se confunden con un pulso a las instituciones y un desprecio a la moderación de sus contrincantes. A los que acostumbran a dejar entre indignados y estupefactos. Porque estos lloriqueos les parecen quejas de adultos frente al frescor impulso del adolescente. Poca cosa. Estás mayor, tío.

Les gusta jugar duro y marcar los tiempos, acompañando sus actos a menudo de declaraciones retadoras con un deje «perdonavidas». En ocasiones pareciera que les molestase todas las formalidades propias del cargo. Son más un estorbo inconveniente que un proceso con unas garantías. Que existen y están ahí no precisamente a su favor. Sino justamente frente a ellos, para controlar el abuso de la discrecionalidad en el poder.

Un lector avispado llegará hasta aquí avisado de que los ejemplos mencionados hacen referencia a gobernantes conservadores. Aunque al mencionado grupo salvaje le quedan igual de lejos socialistas que liberales. Pero la izquierda tampoco es ajena a estos «nuevos tiempos».

Y ahí tenemos a un Pedro Sánchez, que -emparentando con Tsipras- se empeña en mostrar idéntica cara mostrando su pasión de los fuertes. Pedro no se ha inmutado en blandir una moción de censura bajo un lema que rompió al día siguiente, en exigir una transparencia que después ha estado lejos de cumplir o en abusar de las instituciones a su antojo. Porque, oye, aquí mando yo, ¿sabes?

Por eso se ha embarcado en unas inexistentes negociaciones para formar gobierno, en las que ha entrado con exigencias para todos menos para él, mientras rechazaba dar cuenta de su funcionalidad (excusa mal heredada, pero ahora útil. Parece). Y si hay que convocar nuevas elecciones, no hay problema en estirar nuestra paciencia.

Ocurre que ninguna de estas tácticas son y serán nunca inocuas. Ni los excesos verbales ni intentar vencer las resistencias de nuestros sistemas democráticas. Porque, por mucho que se empeñen sus asesores y sus egos, detrás de su potencia no hay ningún cambio de paradigma. Lo que hay es su propia agenda.

*Abogado, experto en finanzas

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