Resulta difícil dar toda la razón a uno u otro de los dos grupos de signatarios de sendas cartas publicadas en Estados Unidos en torno a los límites de la libertad de expresión y la intolerancia que asociamos tantas veces asociada a la corrección política. Rompieron el fuego más de centenar y medio de intelectuales de diverso color político al publicar una carta en la conocida revista mensual Harper´s para denunciar un ambiente de creciente censura e intolerancia hacia quienes piensan de otra manera. Se está imponiendo, por ejemplo, según los signatarios, una peligrosa tendencia a transformar «cuestiones políticas complejas en certezas morales». Resulta «preocupante», agregan, que, en lo que parece una reacción de pánico para limitar daños, muchas instituciones tomen decisiones precipitadas y apliquen castigos desproporcionados en lugar de acometer las necesarias reformas. «Se despide a redactores por resultar polémico algún artículo, se retiran libros por su supuesta falta de autenticidad, se prohíbe a periodistas escribir sobre ciertos temas, se investiga a profesores por citar determinadas obras literarias».

Se refieren los firmantes al hecho de que, según los más intolerantes, ningún novelista varón pueda ponerse en el pellejo de una mujer al escribir una novela - ¡pobre Flaubert!- o que un periodista que no sea negro, homosexual o transexual pueda escribir sobre los problemas de la correspondiente minoría. Según los signatarios de esa carta, a las malas ideas se las combate mediante argumentos y trabajo de convicción; no, silenciándolas o simplemente, dándolas de lado . Suscriben la carta nombres de intelectuales y escritores tan conocidos como Noam Chomsky, Francis Fukuyama, Michael Ignatieff, Mark Lilla, Michael Walzer, Steven Pinker, Margaret Atwood, John Ballville, Salman Rushdie o J.K. Rowling.

Les ha contestado en una publicación digital mucho menos conocida, theobjective.substack.com., lo cual ya indica la desigual relación de fuerzas, otro grupo integrado en su mayoría por periodistas y representantes de minorías, de los que algunos no han querido dar su nombre por temor seguramente a perder el puesto de trabajo. Personalmente me ha gustado el comentario que hizo, refiriéndose a Harper´s, la congresista demócrata por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, según la cual «la gente que es de verdad censurada no publica sus ideas en grandes medios».

Ni siquiera las opiniones de intelectuales de izquierdas incluso tan destacados como Chomsky, encuentran muchas veces cabida en los medios más influyentes de EEUU. No se les censura, pero apenas se les da juego si lo que escriben no interesa al establishment. Los firmantes de la carta de réplica denuncian el hecho de que quienes claman por la libertad de expresión hayan elegido para sus críticas una revista que, según ellos, se ha distinguido por combatir a los sindicatos y que ha despedido a redactores por estar en desacuerdo con sus comentarios.

LA MAYORÍA de los signatarios de la carta de Harper´s, escriben los primeros, «en su mayoría blancos y ricos que han dispuesto siempre de importantes plataformas donde expresarse temen verse ahora silenciados por culpa de una cultura censora que ha escapado a todo control». Y de paso, agregan, ocultan el hecho de que se han silenciado durante generaciones «las voces de los marginados tanto en el periodismo como en el mundo académico o editorial» sin que en ningún momento se ocupen de algo tan importante como es la cuestión del poder, de quién manda en los medios y otros ámbitos culturales. Harper’s, dicen, es «una institución prestigiosa, apoyada por el dinero y de gran influencia. Y ha decidido ofrecer esa plataforma a personas que tienen ya multitud de seguidores y que no carecen de oportunidades de hacer oír su voz». Como dice un buen amigo filólogo con quien traté el tema, se trata de «puro onanismo angloparlante. La angloesfera anda revuelta. No estamos invitados, y en último extremo, se trata de luchas de poder entre ellos». ¡Totalmente de acuerdo!

* Profesora