Soy una persona pacífica, pero cada vez que oigo a un gobernante diciendo que «hemos doblegado la curva» me entran ganas de tirarle con un caramelo de Almendralejo. No es que yo quiera abrirles a los mandamases piteras en sus coronillas ni nada parecido. Dios me libre. Pero es que a uno ya no se le ocurre otra fórmula para despertar de su ensoñación a esta camada de políticos irresponsables que tenemos la desgracia de sufrir. Aunque, pensándolo bien, y viendo que, tras contar decenas de miles de muertos, los dirigentes siguen igual de ensimismados, lo del caramelo sería un desperdicio inútil. Porque los españoles se siguen muriendo por centenares cada día, y algunos gobernantes y medios de comunicación están tratando de convencernos de que estamos fantásticamente bien porque llevamos unas semanas encadenando descensos en la cifra de contagios. Por eso, uno no se explica cómo todavía hay gente que se deja embaucar por quienes, hace justo un año, denigraban a cualquiera que advirtiese del peligro que se avecinaba. Que igual es que ya no los cree nadie, y que parte de la gente está en esa fase en que, acuciada por eso que llaman «fatiga pandémica», prefiere liarse una manta a la cabeza y ¡a vivir, que son dos días!

Es evidente que todos estamos hartos de este nuevo modo de vida. Pero tampoco hay derecho a que el personal vaya de víctima por tener que ponerse una mascarilla o por no poder tomarse una cerveza con los colegas, porque las víctimas de verdad están llorando en sus casas, enganchadas a un surtidor de oxígeno o habitando un sepulcro. En este sentido, habría que mirar eso de que se quejen menos quienes han perdido a un familiar o están sufriendo los efectos de la enfermedad que los que solo tienen que respetar normas, tomar precauciones y dejar de hacer cosas que les gustan.

Todos esos mayores que se nos están muriendo llevaron una vida bastante poco edificante durante décadas, y no solían quejarse de sus quebrantos. Pero, ahora, nuestra sociedad está plagada de bebés de todas las edades, que se saben amparados por mil y un derechos, y que obvian que la condición de ciudadanos nos obliga, también, a ser responsables y cumplir con nuestros deberes.

Cuando alguien critica el nivel de la clase política de nuestro país, no dejo de pensar en si esa persona ha mirado a su alrededor. Porque los políticos son una extensión, una prolongación, de la ciudadanía que los vota. O sea que, si ellos son nefastos, quizá deberíamos hacer un examen de conciencia acerca de cómo es la sociedad actual. Y, de paso, pensar en qué fue antes: ¿el huevo o la gallina?

*Diplomado en Magisterio