De qué va?» se suele preguntar para valorar si interesa un libro o una película. Pregunta errónea pues en el arte, no es el «qué» sino el «cómo» lo que hace a la obra interesante. Y el mérito es mayor si se logra conquistar a quienes, por el tema, podrían ser escépticos a la hora de comenzar la lectura o el visionado. Reconozco que tardé en empezar la lectura de El lugar de la cita, de Luciano Feria (Zafra, 1957), novela publicada por RIL Editores y galardonada el año pasado con el Premio Dulce Chacón. El estilo que intuía, más bien realista y descriptivo, no es de los que suelan engancharme y la ambientación en Zafra, localidad con la que no tengo vínculo alguno, tampoco era un argumento para atraerme. Por otra parte, la extensión de la novela (más de seiscientas páginas) requería un tiempo que daba para leer otros varios libros. 

Fue a raíz de leer Sentido y melancolía, que reúne sus tres libros de poemas, y el prólogo donde Feria aludía a su libro en curso como una parte más de un proyecto unitario, cuando se despertó mi interés. La obra es novela, memorias y «cuaderno de bitácora sobre la creación», intercalando el desarrollo de la autobiografía mezclada con ficción, con las lecturas y las dudas del escritor en cuanto al curso que seguirá a lo largo de sus tres partes.

La primera, «La Plaza Grande (2001-2012)», concebida como un cuaderno de lecturas y vivencias, va dando cuenta del proceso que lo lleva a una obra cuyo título se impuso desde el principio: «No hay cita posible con la otredad si no se encarna con su misión y alegría el espíritu del deber. El deber es la encarnación de la humildad porque trasciende el narcisismo autosatisfactorio». Esas que el mismo Feria denomina «ideas claves», que para él son «el deber y la humildad», explica también su manera de estar en el panorama literario extremeño, conocido y admirado de unos pocos, sin apenas salir de Zafra y absteniéndose de esas giras de autopromoción y ese llamar la atención de tantos otros. Entre las lecturas que despiertan el entusiasmo de Feria, me agradó encontrar a los rusos Tolstoi y Dostoievski (que leí en la adolescencia y a los que debería releer algún día) o al sudafricano Coetzee; otras, como Jung, sus apuntes sobre ciertos pensadores cristianos y libros sobre las experiencias cercanas a la muerte, me dejaron algo más frío, pero se integran en la personal cosmo visión del autor, que ve la creación literaria como el reflejo del «proceso del alma para realizarse». En la página 78, anotación del 5 de diciembre de 2005, se hace una pregunta crucial: «¿Y si fuera una novela?» Y es que en un mundo con prisas para etiquetar a todos, Luciano Feria reivindica su «mirada híbrida de ser con idéntica intensidad tanto narrador como poeta al mismo tiempo», como híbrida será una novela que se va gestando, a trancas y barrancas, interrumpida por sucesos familiares o por recaídas de ánimo, hacia un puerto desconocido.

La segunda parte, ‘Austro (2011-2012)’ es la bisagra que, a partir de un sueño inquietante, da paso a la tercera, ‘Un día, un atardecer (2012-2015)’, centrado en un personaje ficticio, Alonso Villoslada Gallardo. Con el modelo de la novela en un día, tan acreditado (desde el Ulises de Joyce a El sur, de Antonio Soler, pasando por Dos Passos o Solzhenitsyn), se describe un día crucial en la vida de un exitoso constructor zafrense al que le diagnostican un principio de Alzheimer. Inevitablemente se recuerda al protagonista de Crematorio, la mejor novela de Rafael Chirbes, en ese retrato del triunfador sin escrúpulos (¿hay manera de triunfar con escrúpulos?) que sin embargo resulta profundamente humano. Contrapunto del escritor, convertido en personaje, ambos irán aproximándose por caminos insospechados hacia un final redondo.

* Escritor