Claramente, en las elecciones a la Comunidad de Madrid del próximo martes se juega algo más que el gobierno autonómico (que no es poco). La ‘batalla’ de Madrid se califica sola contemplando la intensidad que están desplegando todos los contendientes. Hay partidos en los que se hace complicado encontrar ardor, energía, la concentración propia de las grandes citas. No es el caso. Decididamente, para ninguna formación esta campaña es un día más en la oficina.

Claro que la entrega no asegura calidad. Si ya de por sí una campaña electoral no es el terreno para grandes (ni pequeños) matices, a la de Madrid le cabe el resumen en un minuto youtubero y dos o tres fases en forma de slogan acelerado. Grandilocuentes todas, para que los que votamos nos demos cuenta de la trascendencia del momento. Eso es algo que tampoco falta últimamente.

Duele expresarlo sin ambages, pero la campaña no ha sido más que una sucesión de meras anécdotas, que han servido para ver quién la tiene más alta. La voz, el grito, digo. Algunos dirán ahora que estoy minusvalorando el hecho de que se hayan producido amenazas de muerte al meterlas en el capítulo anecdotario. Nada más lejos de mi intención: ni las convierto en leyenda urbana ni justificaría jamás una agresión (la propia carta lo es) de este tipo.

Pero lo cierto es que estas amenazas se interceptaron a tiempo y no han constituido un riesgo real para los amenazados y sus familias, afortunadamente. No veo qué tienen que ver sobre el contenido real del gobierno de Madrid. Como tampoco que alguna candidata haya (con bastante desatino e inoportunidad) cuestionado estas amenazas. Pues mire, será una maleducada y una extremista. Pero tampoco veo que pase de eso, de mera nota el pie. A no ser que interese el uso de estos hechos, paralelos y accidentales a la propia campaña, para colocarlos en el centro o convertir una simple votación democrática en una especia de cruzada santa. Contra el otro, claro.

Sería llamativo que sean estos dos partidos, Vox y Podemos, hayan protagonizado las más sonadas escaramuzas electorales. Ya no cuela (o no debería). A menudo se comportan como espejos deformantes de las actitudes del otro, atrapados en un perenne callejón del gato. Al situarse en los extremos, lo que hay en el medio no interesa para nada. 

Debatir sobre problemas reales tampoco: la experiencia de gobierno de Vox es nula y sus mandos parecen desapegados de nada que no sea el (maldito) relato. Podemos ha ido, con alguna escasa excepción, perdiendo salvajemente votos y terreno en los sitios donde le ha tocado gobernar, incapaces de traducir un programa hecho para obtener votos en algo tangible y que sirva para solucionar problemas. Al menos, no los que ellos crean artificialmente. 

Que las palabras más repetidas en los debates y entrevistas hayan sido “fascismo” o “comunismo” en pleno 2021, segundo año de una pandemia global, ya dice bastante sobre el nivel que hemos sufrido. Si han estado atentos a algún debate, se han nombrado más los años 30 del siglo XX que los que están por venir, menos de una década vista. Regalas una venda en el debate y no te la compra nadie. Exceso de oferta.

Así que entramos en el ‘brillante’ juego de la emoción por encima de la gestión. La cuestión es que me votes porque te identificas conmigo. O en su defecto, que te genere rechazo el rival. Pero es tremendamente reduccionista: cualquiera que tenga el suficiente poder de hacerte creer idioteces, te hará cometer injusticias.

Ocurre que antes de rasgarnos las vestiduras conviene pensar si no nos dan exactamente lo que les pedimos. Ninguna encuesta señala un crecimiento de la abstención o de los indecisos. Señal de que (otra vez, maldita) polarización ha hecho mella en nosotros como electorado. ¿Nos movilizan o estamos presos? ¿No hemos convertido en redes sociales las ideología en lemas, los debates en una prolongación del ‘prime time’, confundida la política con una alternativa más de entretenimiento? A lo mejor no levantan la voz para que oigamos más que al otro, sino porque nos gustan que griten. Mejor, con palomitas. 

El caso es que pasado el martes 4, nuestros problemas, financieros, sociales y sanitarios seguirán ahí. La senda económica de la década la marcará que seamos capaces de no solo diseñar una salida a la final de la crisis pandémica, sino de ejecutarla. Y no, ahí no valen gritos ni anécdotas.

*Abogado, experto en finanzas