Virgencita, virgencita, que pase pronto este 4-M. No hay nada más que Ayuso y sus contrincantes en este panorama político-periodístico que nos ha tocado vivir. Pandemia y Ayuso copan las portadas de los periódicos, los espacios radiofónicos y las tertulias de televisión. A dos días de la gran cita con las urnas, la hartura llega a su punto álgido porque nunca hasta ahora unas elecciones autonómicas habían sido tan expectantes y, por ello, tan determinantes para los principales partidos político de nuestro país.

Estamos hablando de Madrid, uno de los 17 territorios autonómicos de España, pero la genialidad de Ayuso y sus asesores ha sido convertirlo en un campo de batalla nacional y el fallo de la izquierda, en concreto del PSOE y de Podemos, aceptarlo como tal. Ya no hay vuelta atrás, el éxito del PP será aceptado como propio en el resto del país e igual pasará en el PSOE o Podemos si fracasan, que ese sentimiento de pérdida invadirá todos los sitios, llegando a los estamentos más recónditos. 

¿Quién se enfrenta?, preguntas en cualquier lugar del resto del país. Ayuso contra Sánchez e Iglesias, responden cuando lo que se está jugando es la composición de un parlamento autonómico y la constitución de una mayoría que conforme un gobierno también autonómico. ¿Y Gabilondo, el candidato autonómico del PSOE? ¿Y Casado, el líder estatal del PP? No existen en el imaginario colectivo, si acaso Rocío Monasterio, la candidata de Vox, cuyas apariciones estridentes y desafiantes contra Podemos la han convertido en una lideresa nacional a la sombra de Abascal.

Todo sea que las encuestas fallen. A eso juega la izquierda, a que la movilización del electorado progresista les permita sumar frente al PP, cuyos apoyos parecen asegurados con la abstención de Vox. No hay que olvidar hace solo dos años los madrileños le dieron la victoria al PSOE. La gente parece olvidarse, pero en los comicios de 2019 Ángel Gabilondo fue el candidato más votado. Consiguió 37 escaños, frente a los 30 del PP de Isabel Díaz Ayuso. Sin embargo, la unión con la formación naranja de Ignacio Aguado (dónde andará) y el apoyo de Vox hizo que finalmente el gobierno autonómico madrileño recayera en las manos del PP y Ciudadanos.

La audacia ahora de Miguel Ángel Rodríguez, asesor de antaño de Aznar y ahora de Ayuso, ha sido plantear unas elecciones en el momento más adecuado, aprovechar un intento de moción de censura en Murcia para justificar unos comicios que le caen a la derecha como anillo al dedo. Un gobierno desgastado en la lucha contra la pandemia no tiene suficiente fuelle si se plantean unas elecciones autonómicas en clave nacional y menos si su candidata es quien ha llevado la voz cantante de la oposición de las medidas restrictivas puestas en práctica. Si a eso se le añade un mal candidato del PSOE y una intromisión de Podemos a través de su máximo exponente que es Pablo Iglesias, enemigo perfecto para Vox y el PP más extremo, la mezcla resulta hasta perfecta.

De todas formas, no vamos a vender la piel del oso antes de cazarlo ni tampoco a hacer castillos de naipes donde una simple carta puede dar al traste con el mejor de los pronósticos. Ya solo quedan dos días y luego vendrán sus efectos colaterales. Si arrasa el PP como prevén las encuestas y gobierna con el apoyo de Vox cuidado con los movimientos en el resto de territorios donde los populares andan aletargados como en Extremadura. Todo un chute de optimismo y el consiguiente dolor de cabeza para quien gobierna. Pero si es al contrario y suma la izquierda, la depresión puede ser de aúpa dadas las grandes expectativas que se han generado. 

¿Quién se la juega entonces aquí? A la vista está que todos. PSOE y PP seguro, pero el resto me temo que también.