Cada día, me cruzo en el camino del colegio con una madre joven y su hijo con autismo, preadolescente. Antes, se tapaba los oídos ante los perros, por si acaso ladraban. Ahora, con ayuda de su madre, ya no lo hace, ha superado esa pequeña barrera. Ay que ver lo poco que sabemos del autismo quienes no convivimos con él.

Tan poco que, para entenderlo, tendríamos que cambiar el chip y nuestras ideas preconcebidas sobre lo que es racional y no lo es, sobre lo que habría que hacer o no en cada situación porque sus temores o su forma de reaccionar no tienen nada que ver con la nuestra.

Me maravilla y me quito el sombrero ante las madres y padres de esos niños con autismo. Por su paciencia, comprensión, cariño y fortaleza. Porque si un padre ya vive con preocupación prácticamente desde que tiene un hijo, en estos casos, la preocupación será aún mayor.

Porque además, a veces tienen que hacer frente a personas que no están preparadas para entender. Como la mujer que ha denunciado a un hombre por darle una paliza en el parque Warner de Madrid tras defender a su hijo autista, al que este personaje insultó por utilizar la fila para personas con discapacidad.

Utilizó términos como «mongolito» y «subnormal» y no es el único caso de incomprensión. Otra madre ha denunciado en una red social que una vecina de toda la vida la ha denunciado y amenazado porque «le resulta molesto cuando mi hijo canta y baila en el jardín».

A pesar de los muchos avances que han logrado estas personas y las que tienen cualquier discapacidad, el mayor escollo sin duda sigue siendo la concienciación social. No estaría de más promover actividades conjuntas o charlas en todos los ámbitos posibles y para todas las edades y así acercar su realidad al resto de la población. Los niños que tienen en sus colegios aulas TEA (Trastorno del Espectro Autista) pueden dar una lección. Están más que acostumbrados a convivir con respeto.

Del resto, hay quien no aprenderá, pero son y serán los menos. No hay que esperar a que surjan casos como los anteriores para llevarse las manos a la cabeza, hay que actuar antes de que es produzcan. La madre del niño que canta en el jardín apunta la solución, nada complicada: «¿Es mucho pedir tolerancia, sensibilidad, una sonrisa amable? Incluso un silencio, aunque sea condescendiente, me es suficiente».

*Periodista