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Mesías

Los tiempos turbulentos auspician el surgimiento de falsos mesías. Los vendedores de humo disponen de un fino sentido del olfato que les ayuda a detectar la fragancia que expelen otros seres humanos cuando se sienten presos del miedo, el nerviosismo o la zozobra. Estos trapaceros sin escrúpulos suelen empeñar todos sus recursos, los medios que tienen a su alcance y esfuerzos denodados para lograr investirse públicamente como salvadores. Para ello, acuden prestos cuando la gente busca esos clavos ardiendo a los que los más desesperados se han aferrado desde épocas inmemoriales. Estos comerciantes de mentiras cuentan, además, con un infalible radar, que les señala las coordenadas exactas del lugar en que nacen las olas de fervor popular y, también, de los oscuros rincones en que los bajos instintos y las pulsiones primarias nacen, brotan y crecen hasta erosionar todo lo que se sitúa en sus proximidades. Aunque todos suelen tener un patrón discursivo y un modo de comportamiento similar, siguen consiguiendo embaucar a las masas.

A veces, estos peligrosos charlatanes les regalan los oídos a sus víctimas, las adulan y las cubren de halagos, para embelesarlas y conseguir que los sigan, ciegamente, hasta el mismísimo abismo. En otras ocasiones, se dirigen directamente a las tripas, para estimular odios y envidias, para azuzar sentimientos de agravio, para excitar la avidez, para inflamar las diferencias, para atizar el rencor o para prender la mecha del fanatismo. Aunque estos bellacos se disfracen con los ropajes del altruismo, siempre persiguen un fin meramente personal. A menudo, ansían el poder. Y, en no pocas ocasiones, son unos codiciosos, que fingen arriesgarse a perder un poco de lo mucho que tienen cuando su verdadero afán es multiplicar su riqueza. Comúnmente, incitan a la cizaña, porque la división y el enfrentamiento suele abrirles vastos espacios en los que poder asentarse para, luego, crear ecosistemas propios, en los que nada puede prosperar si no cuenta con su anuencia. Si repasamos la historia de la humanidad, encontramos incontables ejemplos de este tipo de personajes altamente tóxicos, que enfangan todo y solo siembran la discordia. Pero, con la expansión de los nuevos modos de estar conectados y comunicarnos, cada vez tienen más sencillo el acceso a la multitud. Hasta ahora, los encantadores de serpientes pontificaban desde un estrado, un plató de televisión, un palco o ciertas tribunas fácilmente reconocibles. Hoy día, sin embargo, pueden hacerlo discreta y efectivamente desde cualquier lugar del mundo. Por eso, hemos de estar más atentos que nunca. Porque, ahora, si son suficientemente hábiles, pueden llevarnos al redil sin que salten las alarmas.

* Diplomado en Magisterio 

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