Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Lo dice el refranero y el sentido común. Por eso no es de extrañar que una inmensa mayoría de los que han recibido una primera dosis de la denominada popularmente ‘vacuna mala’, prefieran ahora recibir un segundo pinchazo de la misma, en vez de la inaccesible para ellos hasta ahora Pfizer. Falta base científica, coherencia y liderazgo que les convenzan de lo contrario. Y que tanto el ministerio como la consejería de Sanidad no lo hayan visto venir, no hace sino poner de manifiesto, una vez más desde que empezara la pandemia, del poco contacto con la realidad y las preocupaciones de la ciudadanía que tienen nuestros políticos. 

Tras meses de mareos con los innumerables cambios de criterio a la hora de decidir quiénes eran los candidatos más óptimos para la fórmula de Oxford, algunos de los 106.349 extremeños que finalmente se inocularon con ella, porque no les quedaba otra, tienen que afrontar un nuevo giro de tuerca. Porque a los más de 31.000 que les correspondería por edad una segunda dosis, les recomiendan ahora para completar su inmunización la vacuna de otra marca, a lo que la inmensa mayoría se resiste como un gato panza arriba. Y es que es normal el recelo ante tantas incoherencias y despropósitos que han marcado el proceso de vacunación con el suero anglosueco. 

Después de la huida hacia adelante que supuso la continuación de su uso, pese a la aparición de los primeros casos de trombos graves en España (hemos de recordar que ha habido un total de 20 casos), ahora nuestros dirigentes quieren convencer a aquellos a los que se lo vendieron como ‘seguro’, de que ahora ya no lo es tanto. Y pretenden que esas personas confíen en ellos y en su palabra, sin datos ni evidencias científicas y sin reconocer, por supuesto, que se equivocaron la primera vez. Es más, se permiten un deje añadido de paternalismo en sus argumentaciones, que lejos de la humildad que deberían predicar después de tanta chapuza, suena a pura soberbia. No hemos oído decir a ninguno de ellos: «Nos equivocamos, nunca debimos recomendar Astrazeneca en ningún grupo de edad y la mejor elección hubiese sido suspender su uso tras la primera sospecha de peligro, teniendo en cuenta que había otras opciones disponibles en el mercado. Por eso ahora no recomendamos una segunda dosis». 

En vez de eso, José María Vergeles, consejero de Sanidad de la Junta, ha venido a decir en una rueda de prensa que la gente que insiste en recibir una segunda pauta de Astrazeneca o no se entera o son meros kamikazes: «O lo hemos explicado mal, o se ha entendido mal. No creo que podamos ni debamos asumir riesgos innecesarios», apostilló. Alguien debería recordarle a este señor que todos los que ahora enfrentan la disyuntiva de elegir con qué fármaco se la juegan la segunda vez, no tuvieron elección la primera, y que precisamente fue él uno de los que por entonces les aseguraba que la fórmula de Oxford no entrañaba peligro.

Como decía Voltaire: «La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria», o eso creen los primeros. Porque la inmensa mayoría de la población afectada por el fiasco de Astrazeneca le ha plantado cara por una vez a la autoridad y se niegan a mezclar compuestos de diferentes farmacéuticas sin ton ni son, porque los gobernantes de turno así lo estimen conveniente. Llevamos muchos meses escuchándolos corregirse a sí mismos una y otra vez. Los hemos visto improvisar sobre la marcha. Contradecirse. Y como a cada uno le duele lo suyo y es la salud de cada uno la que está en juego, todo apunta a que van a hacer falta muchas más dosis de Astrazeneca en España. 

Vergeles ha confirmado que todavía cuentan con 28.000 y anunció que esta semana se espera la llegada de otras 30.000. Con lo que debería haber más que suficientes para completar la vacunación de los 31.300 extremeños que optarían a un segundo pinchazo del fármaco si así lo eligiesen. Aunque deberán firmar, según anunció el último Consejo Interterritorial, un consentimiento informado para hacerlo asumiendo los riesgos por escrito. Llegados a este punto, una se pregunta por qué no se pensó en un documento semejante en la primera vuelta, cuándo los que deberían haberse hecho responsables de los riesgos que se corrían entonces eran nuestros políticos y no los ciudadanos.

*Periodista