Estamos acostumbrados a un cierto orden de las cosas: el sol sale y se pone todos los días, las mareas suben y bajan, a cada invierno le sucede una primavera… Sabemos, aunque no queramos pensarlo mucho, que los seres vivos (ahí estamos) nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y después… pues después cada uno tiene sus teorías, o su fe, o nada, la nada fría, negra y vacía, que es otra opción.

El caso es que desde hace un tiempo estamos desplazando al ser humano del centro de la Creación. Y no, no somos -por más que muchos se empeñen- un animal más. Somos ese animal que evolucionó y gracias a la razón consiguió dominar (hasta donde le fue posible) la Tierra. Y cuidado, que por dominar no me refiero a quemar bosques y dejar los mares hechos un vertedero, sino a sobrevivir en este planeta y hacer de él una casa relativamente cómoda para nuestra especie.

Somos ese animal que evolucionó y gracias a la razón consiguió dominar la Tierra

Nunca se me ocurriría igualar el valor de la vida de una persona con el de cualquier otro ser, porque somos, queramos o no, y así lo creo, el hogar de un alma. Así que sí: creo que el ser humano es el centro del Universo como lo conocemos a día de hoy. Y aunque haya personas que son pura podredumbre y que son capaces de lo más abyecto, tal y como hemos visto estos días, nunca he creído que lo de quitarles la vida sirva sea lo procedente ni que esa decisión deba estar en nuestra mano.

Pero que estoy a favor de que no vuelvan a pisar la calle jamás, también, y que se cuezan en su propia salsa de iniquidad por los años de vida que les resten. Porque aunque a veces se nos olvida, el Mal habita entre nosotros y a menudo tiene la forma de los que nos rodean.