Cada vez que pienso en el fin de la mascarilla, me viene a la mente la típica imagen de graduados estadounidenses lanzando sus birretes al aire. Más de uno estará deseando hacerlo, lanzarlas al aire, a la basura... Poder decir adiós a ese elemento impuesto que antes de la pandemia solo veíamos en un lugar que tampoco era santo de nuestra devoción, el quirófano.

Pero que nadie se engañe, la posibilidad de no llevarla en exteriores, con unas normas muy concretas, como por ejemplo la obligación de mantener la distancia de seguridad, es tan solo un paso más en esta desescalada que comenzamos hace más de un año. Esto no ha terminado.

Mucho me temo que habrá quien piense que sí, que ya era hora y que nos dejen vivir. Quizás piensen eso porque estén ya vacunados, pero ojo, la vacuna no protege al 100%, ninguna lo hace, ni siquiera las que reciben los niños, como ya se han encargado de advertir los pediatras.

Si la protección es de un 90%, significa que uno de cada diez vacunados no va a desarrollar la inmunidad y eso no es ninguna tontería, ya hemos visto los devastadores efectos del virus en algunas personas.

Hay que recordar también que la decisión de poder prescindir de la mascarilla en exteriores llega cuando todavía la población de 30 a 39 años no está vacunada, ni completamente algunos grupos de edad superiores. Tampoco niños y jóvenes lo están y, aunque suelen ser asintomáticos o tener síntomas leves, es peligroso para los que están inmunodeprimidos por alguna enfermedad o pertenecen a grupos de riesgo.

En conclusión, como ha dicho Fernando Simón, el hecho de que no sea obligatoria no significa que no podamos usarla. Es más, lo obligado es usar la cabeza y usarla con cabeza, pensando que, si nos encontramos en algún lugar con mucha gente y donde no es posible mantener la distancia, una de dos, o nos alejamos o nos la ponemos.

No vale salir sin ella porque «se me ha olvidado en casa», como a más de uno le pasó al principio. Si ahora no es obligatorio llevarla en la boca, sí lo es llevarla en el bolso, en la mochila o en el bolsillo. El birrete, no al aire, en la cabeza.

*Periodista