Max Aub publicó en 1957 un libro fundacional, Crímenes ejemplares, que recoge un abanico de narraciones muy breves, trufadas de un humor muy negro y corrosivo. El común denominador de estas historias son los crímenes sin motivo justificado (si es que acaso existieren crímenes dignos de tener justificación). 

Desde el propio título, la obra se lee como una invitación al absurdo más absoluto. Y si bien al principio puede chocarnos lo irracional de los crímenes narrados por personajes anónimos, en un pacto con la ficción acabamos aceptandocomo algo normal que alguien mate a otra persona porque hace mucho ruido al remover el azúcar en la taza de café, porque ha llegado tarde a una cita, porque es feo o porque es de Vinaroz. 

Pienso en demasiadas ocasiones en este libro que denuncia, desde el humor, la irracionalidad de sociedades violentas. En la nuestra, tal vez más agresiva que nunca debido a las secuelas de una pandemia que ha restringido nuestras libertades, cualquier nimiedad puede desembocarhoy en una brutal paliza. Ahí están los casos de Samuel, asesinado porque un tipo creyó que le estaba grabando con su móvil, o el rapero Isaac, muerto a manos de una banda que se la tenía jurada por el mero hecho ser autista, o el enfermero al que han agredido en un ojo con un puño americano, por lo que quedará parcialmente ciego. 

Antaño los crímenes, creo yo, tenían una historia mejor trenzada a sus espaldas: rencores, intereses contrapuestos, herencias, celos, venganzas, envidias. Pero esa narrativa de larga distancia (la vida no es otra cosa que una ficción mal hilvanada) se resuelve ahora con torpe premura, en cuestión de minutos o incluso de segundos, sin necesidad de guion ni de trama, y en consecuencia uno puede caer muerto por mero capricho de alguien a quien no habíamos visto en la vida. 

Los crímenes poco ejemplares de Aub han dejado de ser mera ficción.

*Escritor