Despertador, sueño, prisas, un café bebido a saltos, los bocatas de media mañana, ¿me has planchado el uniforme?, las llaves, un beso, te espero hasta que entres. Y sujetarnos a las rutinas otra vez, a lo que llamamos el día a día, que no es otra cosa que la vida corriendo y descontando horas, aunque lo vistamos de fechas señaladas y fines de semana deseados como regalos.

Así que aquí estamos de nuevo, dispuestos a seguir contándolo y comentándolo. Dispuestos otra vez a hacer los lunes un poco más acompañados, reflexivos, ñoños, cañeros o significados. Porque no siempre es fácil escribir de lo que pasa, sobre todo cuando ocurren tantas cosas que apenas da tiempo a asumir una cuando ya nos asalta otra: de Cuba a Afganistán, del precio de la luz a la gota fría, de las celebraciones a destiempo a las rondas vacunales, las agresiones callejeras, la degradación de la vida política... La reflexión es necesaria, la pausa para coger aire y decir que sí, o que no, o que eso se puede mejorar, o que lo otro es injusto.

Porque muchas veces no se trata (o no debería tratarse) de discutir por llevar la razón, sino de entender, de construir, de descubrir que hay otras maneras de ver la vida. Dicen que viajar y conocer otras formas de vivir nos ayuda a ver que hay otros mundos conviviendo con el nuestro, que nos enriquece y nos aporta otros puntos de vista. Porque saber lo que queremos y lo que no también es indispensable.

Supongo que eso es a lo que aspiramos los periodistas, al menos los que aún nos creemos que se trata de explicar de manera objetiva qué está pasando. Pero ya saben ustedes que la objetividad no existe desde el momento en que escribe alguien con sus propias vivencias. Así que no prometo neutralidad, ni imparcialidad, que para eso esto es una columna de opinión y yo lo cuento a mi manera; pero sí me comprometo a seguir mirando con ojos curiosos, con sinceridad y desde el corazón, y hacerles pensar en cómo lo ven ustedes. ¿Me acompañan en este nuevo curso?