Estaba quejándome en casa, en petit comité, de la falta de empatía de quienes hacen memes tras la erupción del volcán en La Palma (muchas personas han perdido sus viviendas, asoladas por las llamas, y miles de ciudadanos han sido evacuados de la isla), cuando leo en la prensa que la ministra Reyes Maroto ha defendido que dicha erupción volcánica sirva de reclamo para que los viajeros puedan ver lo que ella considera «un espectáculo maravilloso». 

Esa desconexión con los problemas de quienes han sufrido un drama no es, como digo, algo intrínseco de los políticos: muchos habitan las redes sociales para buscar sus quince minutos de gloria en el Club de la Banalidad, aun a costa del sufrimiento ajeno. 

"Tras las ocurrencias anida una mezcla de estupidez, afán de notoriedad y, sobre todo, falta de empatía"

Si algo no falta en este país son los excesos verbales. De estos últimos años podemos rescatar, como ejemplo, las bromas de cierto poeta sobre el niño que cayó a un pozo (al que no pudo rescatarse con vida después de casi dos semanas agónicas para los padres), las mofas en Twitter sobre las víctimas de atentados, el deseo de ciertos animalistas de que muriera un chaval de 8 años que quería ser torero, una muerte que algunos han suspirado, con un tono supuestamente chistoso, también para el presidente del Gobierno. 

Tras estas ocurrencias anida una mezcla de estupidez, afán de notoriedad y, sobre todo, falta de empatía, ese «ponerse en los zapatos del otro» que hace posible la convivencia. 

Algunos tachan estos exabruptos de «humor negro» y defienden a toda costa la libertad de expresión, como si expresarse sin la menor compasión, sin respeto por el prójimo, fuera la panacea. No ven, en definitiva, nada malo en celebrar el dolor ajeno, y solo perciben lo inadecuado de buscar la efímera celebridad en las redes sociales mofándose de la tragedia ajena cuando la mala suerte se ceba con ellos. 

Feo asunto cuando el humor y la deshumanización se dan la mano.

*Escritor