Este relato lo enmarcamos en forma de artículo periodístico, pero bien podría alargarse hasta convertirse en una novelita negra titulada «El desopilante caso del diputado Fabra», en un cuento rural bajo el título «La herencia del agüelo Pantorrilles» o en un proyecto de investigación política bajo la idea «La pervivencia del caciquismo del siglo XIX en la España del siglo XXI».

Porque, efectivamente, el ex presidente de la Diputación de Castellón —¿algún día hablaremos en serio de la corrupción de las diputaciones?— no hunde solo sus raíces en la España franquista, sino en la más profunda negrura del turnismo canovista; y, efectivamente, todo empezó con su tío-abuelo, al que llamaban el «agüelo Pantorrilles»; y, efectivamente, el caso Fabra contiene tintes de novela negra divertida si no fuera porque representa lo más sucio y descarnado de la histórica corrupción política de nuestro país. 

Todo comenzó en 1868, cuando Victorino Fabra Gil, ‘el agüelo Pantorrilles’ (1818-1893), se convirtió en presidente de la Diputación de Castellón hasta, literalmente, su muerte, que se produjo en el despacho mismo de la institución. A partir de ahí, fueron presidentes también sus sobrinos, Victorino Fabra Adelantado e Hipólito Fabra Adelantado, dos de los hijos de Victorino Fabra Adelantado (José Fabra Sanz y Luis Fabra Sanz) y Carlos Fabra Andrés, hijo de Luis Fabra Sanz y padre de nuestro protagonista. 

Si la historia familiar hunde sus raíces en el caciquismo novecentista, Carlos Fabra Andrés puso la guinda franquista a historia tan apasionante. El padre de Fabra Carreras, fundador de la Juventud Católica castellonense, fue temprano soldado del bando nacional, nombrado delegado de excombatientes al finalizar la Guerra Civil y Secretario Provincial del Movimiento desde 1943. 

Si la España contemporánea estuviera de humor para ello y eligiéramos contar la historia de nuestro singular personaje en clave de novelita negra, Carlos Fabra Carreras podría ser conocido como el hombre de los seis ascendientes políticos, de los siete premios de lotería, de los nueve jueces, de los once años de proceso judicial o de los veintinueve millones de euros. 

Lo de los ascendientes ya se ha explicado. En cuanto a la lotería, un premio de 112.909€ en 2000, otro de 113.300€ en 2001, 29.400€ en 2002, 23.300€ en 2004, 2.000.000€ en 2008 y otras cantidades en 2010 y 2011. Todo un rey de los hados de la buena fortuna, sobre lo que tuvo que dar explicaciones ante la Fiscalía Anticorrupción en 2012. Otro récord difícil de igualar es el de los nueve jueces que tuvieron que pasar por las investigaciones de Fabra antes de que Jacobo Pin terminara por procesarle; todo un caso digno de estudio que nos proporcionaría valiosísima información sobre lo más profundo de las redes clientelares hispanas, si algún avezado y valiente periodista castellonense tuviera a bien investigarlo. 

Aunque los once años de proceso judicial y los casi veintinueve millones ocultados para no pagar sus deudas a Hacienda son casi anecdóticos en el competitivo panorama de la corrupción española, son hitos sumables a las medallas de vida tan ejemplar. Junto a muchas otras. Quizá no sepan, por ejemplo, que en diciembre de 2010 la Audiencia Provincial de Castellón declaró prescritos cuatro de los cinco delitos fiscales que se le imputaban; o que la jueza que le concedió el tercer grado en 2016, María del Prado Torrecilla, estuvo suspendida en sus funciones por el CGPJ en 2003, por las presiones ejercidas sobre otra jueza para la concesión de ese mismo privilegio a Mario Conde, nuestro anterior protagonista de «vidas ejemplares». Y es muy probable que tampoco sepan que Fabra contaba con policías a su servicio personal que ingresaban sobres con dinero negro en sus cuentas, le recogían las medicinas de la farmacia y las gafas de la óptica. Casi como los siervos de la gleba anteriores al caciquismo. 

Es verdad que Fabra terminó ingresando en prisión el 01/12/2014, pero no es menos cierto que solo permaneció dieciséis meses. Como también es verdad que la actual presidenta del PP castellonense, Marta Barrachina Mateu, lo fue con el apoyo del «fabrismo». Y es que la sombra de las vidas ejemplares siempre es alargada. 

*Licenciado en CC de la Información