Opinión | Desde el umbral

Paladar rebelde

Me gusta la bollería. Me encantan los dulces. Adoro las chocolatinas. Y me pirran las chuches, las gominolas y las golosinas. De modo que, si el ministro Garzón me conociese, probablemente me nombraría enemigo público del Estado y me enviaría a las catacumbas. Porque para el ministro de Consumo, quienes disfrutamos con la dulzaina somos peores que el diablo. 

Tampoco le gustamos al ministro comunista las personas que hallamos un placer culinario en la degustación del secreto ibérico o del chuletón de ternera, ni los que apreciamos el sabor de un buen solomillo, de unas chuletitas de cordero o de unas presas de guarrito cochifrito. Los consumidores de refrescos tampoco somos del agrado del político que acabó de descafeinar a la Izquierda Unida de Anguita hasta diluirla en el Podemos de Iglesias a cambio de un sillón, un sueldo y un ministerio. 

Si usted, querido lector, es una de esas personas a las que se les hace la boca agua solo con pensar en unos Donettes, un Bollycao, un Phoskito, un Tigretón, una Pantera Rosa, unas palmeritas, unos Dónuts, unas perrunillas, unos gañotes, unas flores o unos roscos fritos; si usted es uno de esos seres humanos que babean solo con recrear imaginariamente el sabor de unos dedos ácidos, de unos palotes de cereza, de unas culebrillas de sabores, de unas lenguas ácidas, de un Lolipop, de un huevo Kinder, de unos Lacasitos, de unos Emanems, de un Kit-Kat, o de un Twix, Mars o Hurry Up; si es uno de esos hombres y esas mujeres que disfrutan comiéndose una ración de lagarto ibérico, o de picaña de ternera, o bebiéndose una Coca Cola fresquita, usted, querido lector, y yo, que además me regodeo en ello, somos, para el ministro de Consumo, unos sanguinarios carnívoros, unos yonkis del azúcar, unos beodos; poco menos que unos despojos humanos que no merecemos ni el aire que respiramos. 

Entiéndanme bien, que escribo de manera hiperbólica por lo ridículo del asunto, y tampoco creo que nos vayan a condenar a espirar nuestro último hálito en una cámara de gas. Pero no tengan duda de que para el ministro somos todos unos inconscientes, unos ignorantes, unos enfermos, unos salvajes que no aprendemos ni aunque nos suban los impuestos. Y todo porque nos resistimos a que este izquierda posmoderna, de socialistas y comunistas adictos al caviar y al Möet & Chandon, y este gobierno intervencionista, prohibicionista e hipocritón metan sus zarpas en cada aspecto de nuestra vida, desde que nacemos y hasta que perecemos, inmiscuyéndose hasta en lo que podemos o no comer y beber. H