El esquema del calendario chino permite resumir lo que sentirán, probablemente, muchos de ustedes, en torno a este año que termina: la sensación de que la política institucional, y nuestras vidas en la medida que dependen parcialmente de ella, se ha convertido en un hámster asustado que corre sobre una rueda, como si fuera a morir si deja de hacerlo.

No me equivoqué cuando predije en mi guía política para 2021 que, en contra de los falsos mensajes gubernamentales, no entraríamos en el primer año postpandemia: la pandemia sigue entre nosotros, tan viva como entonces. La ciudadanía, mayoritariamente, percibe descontrol, siente desconfianza y observa atónita incoherencias y mentiras. Constata, así, la incapacidad de la clase política para ayudarnos cuando más lo necesitamos. Casi dos años después, todo lo que decíamos quienes éramos acusados desde los centros de poder como «capitanes a posteriori», pseudovirólogos y hasta negacionistas, sencillamente se ha cumplido palabra por palabra.

La consolidación de la pandemia supone la consolidación de la crisis económica. Dos años no parecen suficientes para que la clase dirigente proponga transformaciones de calado que permitan cambiar el rumbo de una sociedad ya desnortada antes del virus. Los responsables políticos, palafreneros del poder económico, hacen todo lo posible para que nada cambie en el modelo neoliberal, aunque para ello haya que permitir que mueran unos cuantos miles más. Cualquier cosa con tal de no reordenar el sistema social para que la salud y la vida sean más importantes que el capital empresarial detraído como plusvalía de la clase trabajadora.

Las dos inercias anteriores, que enmarcan perfectamente 2021 como el año del hámster, han avivado el debate entre el individualismo/liberalismo y las alternativas colectivistas y transformadoras. La «responsabilidad individual», paradigma ideológico liberal, que vale para definir tanto la gestión del gobierno más ortodoxo del PP (Isabel Díaz Ayuso) como la del «gobierno más de izquierdas de la historia» de Pedro Sánchez, se ha convertido en la única (e ineficaz) arma para compatibilizar el coronavirus con el sistema económico hegemónico.

El sostenimiento del neoliberalismo no es solo una construcción simbólica o teórica sino que es, sobre todo, la herramienta que permite que el cambio climático se consolide como una amenaza global para la salud y el futuro del planeta, que el patriarcado se mantenga como una amenaza cotidiana contra las mujeres o que la precariedad laboral se confirme como la pandemia social más larga de la historia.

Sobre el cambio climático basta con que les remita al fracaso de nuestros líderes en todas las cumbres medioambientales de 2021. Los asesinatos machistas, dos más que en 2020 en España (75, a cuatro días para que acabe el año), muestran el fracaso en acabar con el desprecio sistémico por la mujer. En cuanto a la precariedad laboral, necesitaríamos cinco artículos para detallar todas las movilizaciones, protestas, manifestaciones y disturbios del año, siendo símbolo y paradigma la del metal en Cádiz.

Esto último tiene mucho que ver con otra de las predicciones que hice para 2021: una segunda ola de protestas a nivel mundial como reverberación de las de 2011. La efervescencia de la reivindicación obrera en España o las protestas contra la mala gestión de la pandemia (Austria sería el caso más claro), confirman estas corrientes subyacentes para una segunda ola de protesta social global.

Todo lo dicho hasta aquí ha avivado un debate que también predije para este año, y en el que se irá profundizando en el futuro: sobre la idoneidad de las actuales democracias liberales como sistema. El éxito de China en la gestión de la pandemia, el control de Rusia sobre la necesidad energética europea, o el asalto al Capitolio a comienzos de 2021, abren una fértil discusión sobre el colapso de legitimidad de los sistemas democráticos occidentales y la viabilidad de otros modelos políticos.

El hámster de 2021 ha cabalgado sobre el descontento, la desesperanza, la desconfianza, la melancolía y la resignación. Una rueda que, a nadie se le escapa, nos conduce a un futuro no demasiado halagüeño, si no se emprenden transformaciones sociales radicales, es decir, desde la raíz. 

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