Si nos atenemos a la predicción de los mercados, 2022 verá el final de la pandemia. Confiar en unos mercados adictos a la continua expansión monetaria de los bancos centrales quizás no sea la mejor idea, por la divergencia de muchos activos financieros con la economía real. Pero incluso en aquellas economías donde es altamente probable una severa subida de tipos durante este recién estrenado año (como Estados Unidos), y por ello de «normalización» financiera, sigue habiendo señales del fin de ciclo pandémico. Así que vamos a conceder credibilidad al pronóstico. Claro que eso no significa que no debamos lidiar aún con el impacto de las consecuencias de la pandemia.

Algunos dirán que 2021 ha estado marcado por el retorno de la inflación a nivel global. Aunque no puede tildarse de inesperado el alza de precios, lo cierto es que parecemos consternados por la vuelta de fenómenos que creíamos desterrados. ¿Qué ha provocado este potente regreso? Y la clave: ¿ha llegado para quedarse? ¿Es un retroceso a las condiciones financieras de veinte años atrás?

El final de los confinamientos supuso, en este año que nos ha dejado, el inicio de la recuperación económica global. El despertar de los hábitos de consumos tradicionales (aunque algunos de ellos hayan cambiado definitivamente, al menos se recupera el nivel prepándemico) derivó en una creciente demanda de productos que ‘forzó’ las cadenas de producción. Que, en algunos sectores, no sólo no se habían ralentizado por la pandemia, sino cerrado u operando en mínimos, con productores que no habían resistido el enorme ‘shock’ de los cierres.

Las consecuencias fueron rotura de stock en los productos, retrasos en los períodos de entrega y falta de materias primas que ponían en cuestión la completa cadena de producción. Esto a su vez desembocó en una desbordada presión sobre la producción de energía, imposible de atender, y ausencia de capacidad en el transporte de mercancías. Una cadena de cuellos de botella, que llevaba intrínseco un factor inflacionario en cada paso.

Vamos a poner un ejemplo de cómo ha funcionado el proceso de presión sobre los precios mirando al transporte. Incluso cuando, en medio de una demanda insatisfecha a nivel mundial, se arbitró sobre la marcha el uso de alternativas al medio tradicional (marítimo: recordemos que empezamos el año con el barco Evergreen colapsando el canal de Suez: un cuello de botella ¡físico!), surgió el transporte aéreo como solución. Sólo en un par de meses la oferta se había adaptado, duplicando (incluso, triplicando) sus costes.

Todo este proceso se reflejó en una inestabilidad de precios que condujo después a la elevada tasa de inflación actual. La duración de esta escalada dependerá mucho de la severidad de su impacto económico. Y esto depende en gran parte de la actuación de gobiernos y de la normalización de nuestra conducta como consumidores.

La falta de coordinación en las medidas restrictivas (y en la duración de los confinamientos) ha supuesto también una ruptura de cadena entre países productores e importadores. La inseguridad en el comportamiento de la demanda provoca que no haya una solidez en los pedidos o que en muchos sectores no se haya reactivado por completo la producción. Parece mentira que haya que repetirlo, pero no se sustituye un productor de forma inmediata por el simple hecho de que existan compradores dispuestos a pagar. O pagar ‘extra’ en caso de necesidad. Otro ejemplo de choque: la escasez de semiconductores en los chips para los coches ha supuesto este año un recorte de 7,7 millones de coches en su fabricación (esto es casi un 1% de la economía alemana, en paralelo, centro de la europea).

Con todo, las tasas de inflación deben ser pasajeras. Este año podemos ver una reducción en su crecimiento, lo que no implica que sea inmediata. Durará más de lo estimado hasta una cierta regularización en todas las cadenas. Y, en ningún caso, supondrá que los precios vuelvan ‘donde antes’. Simplemente detendrán su aumento.

¿Para qué países esta crisis puede ser más prolongada? Para aquellos que mantengan otros ‘cuellos de botella’ sobre su propia economía. Fundamentalmente, el paro y el gasto público. Así que el año se puede hacer largo para una economía española, especialmente doméstica, que aún lidia con las pérdidas provocadas por la pandemia y el incremento de la presión fiscal. Muy largo.

*Abogado, experto en finanzas