Ha sido una semana de clavos ardiendo en el fútbol extremeño. El Badajoz y el Extremadura. Dos dramas con un mismo argumento. El de siempre. De tropiezo en tropiezo hasta el tropiezo final. Una historia mil veces repetida. Y no por eso deja de aplaudir el público.

El Badajoz ha sido, de Tebas a Parra, pasto para los tiburones. No tenemos perdón. No se puede desatender tanto lo que amas. O dices que amas, que de todo hay. Tenemos lo que nos merecemos. Porque fuimos nosotros, los socios, los que regalamos el club al primer pirata que atracó su Ferrari en las dársenas del Nuevo Vivero. En realidad, al segundo, porque antes atracó Matías Navarro y también votamos a favor del atraco. Sin rebozo. Sin remordimiento. Por unanimidad (sálvense los dedos de una mano).

La afición blanquinegra confía en que de fuera venga un mesías que nos lleve a la gloria deportiva. Yo no. Yo sigo creyendo en que el club debe ser de sus socios. De su gente. De su ciudad. En los corazones, pero también en los papeles. Y eso, desgraciadamente, ya no es cierto. Lo fue desde la refundación en 2012 hasta la transformación en sociedad mercantil en 2020. Desde entonces es de “Tito” Parra. Por nada. Por nada porque nada pagó. En nuestra suprema irresponsabilidad se lo regalamos. Y, para más inri, en nuestra suprema racanería, entre todos los aficionados, apenas pusimos once mil misérrimos euros en el capital de la naciente mercantil. Para llorar…

Yo sigo creyendo en el club del que mi padre era médico: el Baracaldo. Entre otras cosas, porque el Baracaldo sigue siendo de su gente. Desde 1981 desterrados de la división de plata. Pero nuestro. Y ojalá siga siéndolo para los restos. Dicen que sin el dinero de los inversores, sin venderles el alma, estamos condenados a categorías inferiores. Y yo pienso que los milagros son posibles. Ahí está el Eibar. O el Amorebieta…. El milagro en el que no creo es el de los paracaidistas. No creo porque esa película ya la he visto. Esas inversiones millonarias acaban siempre en deudas millonarias. Los paracaidistas, antes o después, tan rápido como llegan, se van, pero sus deudas se quedan.

Yo creo en Félix Castillo. En las penurias nuestras de cada día y en la cabeza alta. Creo en todos esos aficionados a los que tanto admiro: Felipe Moreno, Diego Escobar, Álvaro Roa, Valdemar… En los vivos y en los muertos: José Antonio Balas, Marco Sánchez, Emilia… Creo en ellos. No en los voceras. No en los que ponen el cazo. No en los que matan lo que aman (o dicen amar).

¿Unidos? Aquí solo hemos estado unidos para regalar el club. Y para ir detrás del flautista de turno. Quisimos los que refundamos el club que cada socio tuviera un voto y a votos casi lo enterramos. Votamos quedarnos sin voto. Unidos para regalar el club y para gimotear cuando el amo nos quita el hueso. A ninguno de los que le abrieron la puerta a Parra le he oído pedir perdón. A ninguno. Los mismos que vendieron a Pablo Blázquez venden ahora a “Tito” Parra. Y eso va también por la afición y hasta por las autoridades. Nadie le pidió los papeles al flautista. Todo por comer con él. O por desayunar con él. Le regalamos el club y no le regalamos el estadio por cuestión de horas.

Así es el fútbol. Este mar está infestado de tiburones y de piratas. Ahora cualquier clavo ardiendo nos vale. Sea tiburón o sea pirata. Tafur, por ejemplo. Un clavo ardiendo. ¿Y quién es Tafur? Otro paracaidista en vuelo directo desde las Islas Bermudas. Otro mar, por cierto, infestado de tiburones. Pero a un clavo ardiendo no le vamos a pedir papeles. Felicitémonos por cambiar de amo (si Parra firma algún día). A veces pienso que hemos nacido para tener amo.

*Abogado