Decía Tucídides que la ignorancia es atrevida y el conocimiento, reservado. Máxima muy vigente en nuestros días, cuando opinar de todo es casi un imperativo, aunque no tengas ni idea del tema en cuestión y mucho menos te ha preguntado nadie.

Este enero frío apenas ha llovido en España y la tierra está seca y casi pidiendo agua por compasión, pero no acaba de llegar y la hierba y los campos van con cierto retraso. Es posible que en las ciudades se vea como un regalo este invierno seco, pero para algunos cultivos ya preocupa. El sector primario español, del que tanto presumimos durante la pandemia, lo está padeciendo; ganaderos y agricultores que saben lo que es depender del cielo, del sol y de que todo transcurra con una cierta lógica estacional.

Un 300% más en una factura de luz puede hacer inviables muchas explotaciones, ya muy al límite en sus propios gastos y con precios de mercado (no de supermercado) casi invariables en una década. Y justo cuando más apoyo necesitan, alguien saca su imprudente lengua a pasear y pone su trabajo en entredicho. Y no pasaría nada si quien evacúa fuera tu vecino del cuarto, el bobo, pero resulta que la imprudencia viene de un ministro que, por cierto, no ha trabajado jamás en nada que tenga que ver con este sector. (Podría haber puesto el punto detrás de ‘jamás’, ahora que releo).

Las palabras importan, mucho, y por más que las matices luego, siempre hay un grupo interesado en que conste lo que has dicho. Hay miles de familias cuyo sustento se basa en la credibilidad de sus productos y en que su calidad no se ponga en entredicho.

Antes era corriente que en cada casa de campo hubiera vacas lecheras, cerdos, algunas ovejas, gallinas... Llegaron las normas europeas, los cupos y los controles y ahí se puso todo más apretado y se cerraron pequeñas explotaciones porque resultaban inviables económicamente. Y aún así hay quien quiere hacer de ello su modo de vida y lucha con tanta ilusión como esfuerzo y sacrificio por sacarlo adelante. Y una mañana se despierta con esas declaraciones y se pregunta cuántas madrugadas ha salido el ministro (ni ninguno de sus caros asesores) a dar de comer a las vacas, a inseminar las cochinas, a podar los cerezos... Cuántos días ha vuelto al atardecer con las botas llenas de barro y mierda a sentarse a echar cuentas sobre si aguanta un poco más o tira la toalla. Que siempre puedes dejarlo e irte a la ciudad, pero luego que si las grandes explotaciones y el blablaba.

Opinar es gratis, sí. Pero no desde ciertos púlpitos y puestos que no se verán afectados por tus ocurrencias, que pasado mañana seguirán viviendo (pero que muy rebién, además) de los impuestos de quienes sí dan la cara, cada día, por lo que hacen.

*Periodista