Un cargo público puede decir «cosas chulísimas» como puede decir «carapolla». Por ejemplo, la vicepresidenta segunda del Gobierno y un concejal de Zaragoza, respectivamente. La vicepresidenta, referida a sí misma y a las cosas que hace. El concejal, referido a José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid. 

Y punto final. 

Puesto que el concejal ha pedido perdón (aunque siga llamando así a Martínez-Almeida, ha aclarado: «No ha sido correcto decirlo aquí, se me ha escapado, perdón. Lo diré fuera de aquí, pero no aquí») y dado que la vicepresidenta no ha dicho nada que desentone con su proceso de socialdemocratización (si se acepta «gripalización», debe aceptarse «socialdemocratización»), ¿qué más se puede decir, salvo pedir disculpas por llegar hasta aquí con un asunto que no hay por dónde cogerlo, sin asunto?

Vale, sí, es cierto que los que eligieron al concejal tal vez hagan propio el «carapolla», que consideran acertado, un buen insulto, aunque el concejal tenga que reservarlo para cuando esté entre amigos, con la familia. Pero no puede decirse lo mismo respecto a la vicepresidenta. Cuesta creer que sus seguidores, que van en aumento, se identifiquen con esa expresión, «cosas chulísimas», por más que lenguaje tan refitolero le parezca apropiado para su proyecto político. Ideal. Al concejal no le reprocharán la jerga, si le aplauden el «carapolla», pero la vicepresidenta ha puesto prólogo a el Manifiesto comunista, ¿una cosa chulísima?

Y es también verdad, sí, que la vicepresidenta lo ha dicho a propósito de la reforma laboral, da igual si en una radio o televisión, da igual si informalmente, en una entrevista. No ha sido en el Congreso, o sea. Y que lo del concejal, en efecto, ha sido en el Ayuntamiento, en el salón de plenos, oficialmente y con registro en el acta de sesiones. Vamos, que no lo ha dicho en Casa Juanico, ¡cóóóóó!

Sin embargo, no hay incompatibilidad entre un servidor público y su imagen. Es decir, ni la vicepresidenta del Gobierno va a dejar de sumar partidarios para su proyecto (puede que incluso gane pijerío) ni el concejal de Zaragoza va a perder su escaño en el Ayuntamiento (puede que sus exabruptos, la próxima vez, se traduzcan en más votos). La única conclusión de que un cargo público diga «cosas chulísimas» o diga «carapolla» es que «cosas chulísimas» es cursi y «carapolla» es basto. 

Y, ahora sí, punto y final. 

*Funcionario