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Víctor Bermúdez

Educación para jóvenes europeos

Educación para jóvenes europeosPietro Naj-Oleari © European Union 2018.

Si la Unión Europea llega a consumar alguna vezun proyecto identitario a la altura de sus ambiciones económicas y políticas, eso será (o no será) gracias a los jóvenes. Y creo que en esto hay motivos para ser optimistas, al menos en nuestro país, donde parece que la gente joven tiene, en general, una buena opinión del proceso de integración europea.  

Hay motivos para explicar esta buena disposición entre los jóvenes: mayor nivel de formación, una exposición menor que la de sus mayores a la demagogia nacionalista, una educación – aun mínima y sometida a vaivenes políticos – en los valores propios a una ciudadanía democrática y cosmopolita (tolerancia, aprecio por la igualdad y la diversidad, insistencia en el diálogo como modo de solventar conflictos, respeto por los derechos humanos, preocupación por el medio ambiente…), y una cierta experiencia, todavía minoritaria, y a veces obligada, de estudio y trabajo en otros países de la Unión. 

En cualquier caso, si queremos afianzar una identidad europea libre de eurocentrismos xenófobos, populismos y nacionalismos disgregadores, hay que trabajarse más seriamente aquello que desde hace cincuenta años se viene llamando la «dimensión europea de la educación». Quizás sería bueno implantar ya, en colegios e institutos, un área o ámbito, e incluso un departamento didáctico, consagrado a la UE y que promueva y fortalezca ese sentido de identidad abierto al mundo que nos define como ciudadanos europeos.  

¿Y de qué habría que tratar en esa materia o ámbito europeo de educación? Lo primero, como es obvio, de la fundamentación ética de los valores que tenemos en común, y sin los cuales no hay proyecto de integración que valga. Y subrayo lo de «fundamentación ética» porque uno de los valores más sutiles, pero más específicos, de la identidad europea es justamente el de la reconsideración crítica de todo valor. Diríamos que el «espíritu europeo» es tan alérgico a los dogmas que necesita reevaluar y refundar de continuo, ética y filosóficamente, sus pocas pero significativas certezas. De ahí el segundo de los asuntos fundamentales a tratar en una educación para el «ser europeos»: el del pensamiento crítico, esto es, el de la competencia para enjuiciar las creencias propias y de otros en orden a comprobar su validez racional y medir sus implicaciones morales y políticas.

El tercer objetivo de una materia en Unión Europea debería consistir en una enérgica inyección de teoría crítica del conocimiento (tal como se hace, por ejemplo, en el Bachillerato Internacional), con objeto de «vacunar» al alumnado contra las cada vez más complejas estrategias de manipulación y desinformación que pululan, inevitablemente, en un sociedad abierta y plural como la nuestra.

Otro aspecto esencial del «espíritu europeo» es su radical diversidad, de manera que educar para ser europeo habría de consistir también en desarrollar la capacidad empática de comprender otras posiciones y costumbres políticas, morales o sociales, sin tener que dejar por ello de ser uno lo que ya es. A esto en filosofía se le suele llamar «dialéctica», y en términos más prosaicos se puede detallar como elejercitarse en un tipo de identidad flexible, integradora y evolutiva que no niegue la diversidad como amenaza, sino como un motivo para crecer y perfeccionarse.

El quinto elemento de una educación paneuropeadebería ser, sin duda, el de una formación teórica y práctica en el sentido de la equidad. No hay identidad ni sentimiento de pertenencia a una comunidad democrática y fundada en los derechos humanos si antes no se dan unas condiciones suficientes de igualdad y justicia en el acceso a la educación, el trabajo, la justicia, la participación política y los servicios y beneficios públicos.

En cuanto al sexto «tema» fundamental para reforzar nuestra identidad europea, este debería de ser, justamente, el de relativizarla y proyectarla al mundo; esto es: el de desarrollar una perspectiva global, transdisciplinar y sistémica de comprensión de problemas de naturaleza planetaria (la desigualdad, la guerra, las cuestiones ecosociales, el cambio climático…) como principal herramienta de una ciudadanía mundial capaz de hacer frente a los mismos.

Más allá de estos seis elementos básicos (la ética, el pensamiento crítico, el conocimiento, la dialéctica, la justicia y la conciencia global), ya solo restarían unas pinceladas acerca del patrimonio y las lenguas y, como algo completamente imprescindible, la participación efectiva (y afectiva) en el propio proceso de integración, por ejemplo, mediante la intensificación de los intercambios internacionales entre estudiantes (la generalización de las becas Erasmus en secundaria es una excelente iniciativa a este respecto). Ahí tienen ustedes la simiente de un curso, a completar durante toda la vida, sobre lo que fundamentalmente significa la Unión Europea.

*Profesor de Filosofía

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