El Periódico Extremadura

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Alberto Hernández Lopo

Extremadura desde el foro

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El peso

El Rey ha emprendido un espinoso camino: demostrar la utilidad de la corona para el orden democrático

El rey Felipe VI. El Periódico

En la coronación televisa de lsabel II de la estupenda serie de Netflix (semanas complicadas para la compañía, por cierto) sobre los Windsor, la joven monarca entendía que en su posición amalgamaba mezcla de rito y tradición. Era, por sí misma, una garantía de estabilidad para su país. Una corona británica que se ha aferrado con fuerza a las formas, pero que fue pionera en dar pasos hacia una “democratización” de la institución, a través de la invasión mediática de sus momentos más ceremoniosos en el hito de la boda de Diana y Charles.

Esta semana la Casa del Rey llevaba a cabo un ejercicio de transparencia y daba a conocer el patrimonio de Felipe VI. Lo que permite no sólo presentar la situación actual sino posteriormente monitorizar su evolución. Una acción voluntaria, ante la pasividad de los principales partidos constitucionalistas que, sin llegar a cuestionar, no han pasado aún a una defensa activa de la figura del Rey. Casi siempre, por aritmética parlamentaria.

Nuestra corona está bajo la presión de adaptarse a las sensibilidades de la sociedad actual sin pervertir de ningún modo su raison d’etre: el orden constitucional. Vive la corona en un proceso de renovación continuada porque no puede ser el peso de la tradición el que sustente la gravitación de una institución, la monarquía, que en su propia naturaleza ya lleva el compromiso de la historia. Que puede ser un pesado fardo en el siglo XXI.

Este es el marco que motiva la “apertura” informativa: no es trivializar una institución generando una uniformidad, que a menudo confundimos con igualdad, con otros cargos públicos. Sino la obligación de rendición de cuentas implícita a la institución, puesto que la razón moderna de la monarquía es precisamente servir a los que muchos se empeñan en denominar, no con la mejor intención, súbditos. En realidad, cada español es jefe de la jefatura del estado. Esto el rey Felipe lo ha entendido a la perfección.

Los críticos de la monarquía suelen siempre apelar a su condición anacrónica (una manera elegante de decir “rancio”) y a la falta de legitimación democrática. No conviene confundir herencia con lo que es continuidad ni antigüedad con lo que es liturgia. La corona es un estamento no político sometido a la base del estado de derecho, como todos los poderes públicos, el ya mencionado orden jurídico constitucional.

La corona es un estamento no político sometido a la base del estado de derecho

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Pero es que, además, la monarquía en España vive un refrendo continuo, ya que la mayoría de los votos en sucesivas elecciones va a partidos que la apoyan o, al menos, no discuten el papel que cumple. La democracia funciona por delegación, no lo es más por votar todo y en todo momento. Desde luego, la representación de nuestros votos no exige ninguna reforma.

En el debate monarquía o república (por cierto, absolutamente legitimo), los partidarios de la última suelen argumentar que asegura una mayor calidad democrática. No parece ser una consecuencia directa. De acuerdo con varios indicadores, existen 19 países en el mundo considerados “democracias plenas”; en diez la jefatura del estado recae en una corona.

Tampoco conviene ser inocentes. En este proceso de transparencia que está desarrollando la casa del Rey hay una intención no manifiesta de separarse de la figura del Rey emérito. Incluso, que funcione como preparación de una eventual vuelta a España de Juan Carlos I.

Pero es igualmente una reivindicación de la figura del Rey como poder público, por encima de personas y nombres. Conviene recordar que los delitos, incluso si nuestro ordenamiento permite la imputación a personas jurídicas, los comenten las personas, no las instituciones. Si no fuera así ni siquiera existirían nuestras administraciones públicas, saqueadas por la corrupción política durante décadas. Es claro que se pervierte en su uso la institución, pero afortunadamente resiste y perdura porque para eso tenemos las leyes.

Es evidente que nuestro actual Rey tiene unas obligaciones superiores a las del anterior monarca. No sólo por la máxima cesarista de serlo y parecerlo, sino porque su escrutinio es superior debido a las actuaciones previas bajo el manto de la corona.

Con tan pesada hipoteca, el Rey ha emprendido un espinoso camino de enorme dificultad: demostrar la utilidad de la corona para el orden democrático. Sabe que se gana desde la ejemplaridad.

*Abogado, experto en finanzas

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