Piensa en tu compañero de pupitre en el colegio, en el vecino del tercero o en esos primos que nunca ves. Quizás en la chica que va contigo en el metro a la universidad, en el nuevo colega que ha entrado en la oficina o por qué no en ti mismo. Alguien así era Miguel Ángel, un chico de veintitantos que vivió en España hace 25 años.

Miguel Ángel Blanco era hijo de un albañil y una ama de casa gallegos que se fueron al País Vascoo en busca de un futuro mejor. Se instalaron en una ciudad industrial, como tantas que hay en el entorno metropolitano de Madrid o Barcelona. Nuestro protagonista se crio en plena democracia en Ermua, cerca de Bilbao dónde estudió su carrera. Al mismo tiempo su pasión por la batería, le llevó a enrolarse en un grupo de música que amenizaba las bodas de sus vecinos y las verbenas de los pueblos cercanos. Al terminar la carrera y para ganar unas perrillas su padre le llevó a trabajar con él en la construcción, hasta que consiguió un trabajo como economista en Éibar, a una parada de tren de su casa. Tenía una novia con la que hacía planes y un préstamo para un coche que le permitiese ir a la playa en verano. Al mismo tiempo Miguel Ángel estaba preocupado por las carencias de su ciudad, le sacaba de sus casillas que no hubiese un polideportivo.

Hasta aquí todo normal y nada diferente a lo que le sucede hoy a un joven español de menos de 30 años. Pero Miguel Ángel vivió en la España de hace tres décadas en la que una banda terrorista que había nacido en la dictadura se había resistido a dejar las armas, a pesar de disfrutar de una amnistía con la llegada de la democracia. Los terroristas de ETA mataban policías y militares, de vez en cuando a algún político y empresarios. Contaban con acólitos que jaleaban sus crímenes y hasta se presentaban a las elecciones sin pudor alguno. Miguel Ángel lo sabía y no le gustaba, pero le pudo más defender sus ideas y cuando le ofrecieron ser concejal de Ermua, aceptó encantado. Aunque estaba muy reciente el asesinato de un político muy conocido, al que él mismo había seguido por su claridad de ideas, pensó que quién iba a hacerle daño a él que era un chaval que solo quería unas instalaciones deportivas dignas.

Esos mismo días uno de esos que celebraban los atentados se dio cuenta que Miguel Ángel iba en tren a la misma hora y sabiendo que era concejal pasó esa información a los terroristas, que decidieron secuestrarle. Le metieron en el maletero de un coche a punta de pistola, le maniataron, le encerraron en un sótano sin agua y luz para después de dos días llevarle a un descampado y pegarle dos tiros mortales a quemarropa. Sin él saberlo España entera salió a la calle a pedir su liberación y durante esos días los amigos de los terroristas fueron acorralados por lo que se llamó el Espíritu de Ermua que consiguió, una década después, que los terroristas dejasen las armas.

Ahora que los que le mataron y ayudaron a matarle, quieren que nadie se acuerde de estas cosas o incluso que parezca que su lucha fue justa, cuéntale a todo el mundo quién fue Miguel Ángel Blanco. Así, no volverá a pasar.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en la Universdad de la Rioja y LLYC. En 1997 era presidente de Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco